Descanse en paz de Moisés Cohen

En esta ocasión este blog no se referirá al artista Eduardo Cohen. Su hijo
mayor, Moisés, conocido familiarmente como Moy, falleció hace tres
meses a los 59 años de edad debido a una larga enfermedad neurológica.
Por tanto, estas líneas estarán dedicadas a recordar la lealtad de Moy a la
memoria de su padre, manifestada en su comportamiento regido por los
valores de honestidad y amor a la cultura, lo mismo que por un acendrado
respeto hacia sus semejantes, valores que sin duda caracterizaron a
Eduardo.


Moy fue quien emprendió el proyecto de fotografiar y organizar el legado
pictórico de su padre en un afán, como él lo llegó a expresar, de retribuirle
lo mucho que le dio en vida. Psicólogo de profesión, lector incansable de
buena literatura, interesado en la ciencia e intenso gozador de la música,
fue también, sobre todo, hijo, esposo, padre, hermano y amigo ejemplar.
Moy sigue siendo una parte entrañable de las muchas vidas a las que tocó
con su empatía, humor fino, sensatez y espíritu crítico que desafiaba los
convencionalismos y brindaba a quienes le rodeaban ráfagas valiosas de
una cierta sabiduría que trascendía los lugares comunes y los simplismos
reduccionistas. Una mezcla de inteligencia privilegiada con humildad. Esa
humildad de quienes no necesitan el aplauso del mundo para afianzarse con
seguridad en la vida.


Descanse en paz el tan querido Moy.
Esther Shabot

Tinta 22

Artista

Yo, como artista, como dibujante figurativo, trato de confeccionar con mi
trabajo un mundo a todas luces falso, donde los personajes y la escenografía tienden constantemente a escapar de las reglas de la lógica y de la verdad institucional. Es decir, en mis dibujos se efectúa una especie de fuga de la realidad (o de lo que llamamos realidad). Y no es cierto que con esto pretenda alcanzar una verdad absoluta que trascienda nuestra vulgar cotidianidad. Confieso que me basta con asistir, entre curioso y asombrado, al surgimiento lento de escenas y personajes que van asomándose imprevisiblemente hasta instalarse en la superficie del papel; seres -como yo- resignados a poblar gratuitamente un mundo absurdo.
Eduardo Cohen, texto no publicado y sin fecha, encontrado en su archivo personal.

Reflexiones de un pintor expresionista

Todo conocimiento es principalmente plagio. Un argumento a favor de que
todo conocimiento es vivenciado como plagio es el incómodo sentimiento
de culpabilidad que se experimenta cuando se expresa una opinión que ha
sido tomada prestada de algún otro, pero que aún no ha sido interiorizada.
El tiempo que tarda uno en «olvidar» la fuente puede variar, pero
finalmente, una vez consumado el olvido, el conocimiento pasa a
convertirse en parte de nuestro repertorio personal. La mala conciencia es
síntoma pues de que aún no nos hemos apropiado de ese conocimiento
particular. La diferencia así entre un conocimiento plagiado y uno propio,
es entre el ayer y el hoy. El plagio de ayer es nuestra autenticidad de hoy y
el plagio de hoy será nuestra autenticidad de mañana.

Eduardo Cohen. Hacia un arte existencial. Reflexiones de un pintor
expresionista, p. 97. Editorial Anthropos. Barcelona, España, 2004.

DIBUJANTE FIGURATIVO

Yo, como artista, como dibujante figurativo, trato de confeccionar con mi trabajo un mundo a todas luces falso, donde los personajes y la escenografía tienden constantemente a escapar de las reglas de la lógica y
de la verdad institucional. Es decir, en mis dibujos se efectúa una especie de fuga de la realidad (o de lo que llamamos realidad). Y no es cierto que con esto pretenda alcanzar una verdad absoluta que trascienda nuestra vulgar cotidianidad. Confieso que me basta con asistir, entre curioso y asombrado, al surgimiento lento de escenas y personajes que van asomándose imprevisiblemente hasta instalarse en la superficie del papel; seres -como yo- resignados a poblar gratuitamente un mundo absurdo.


Eduardo Cohen, texto no publicado y sin fecha, encontrado en su archivo personal.

Eduardo Cohen y los propósitos de la mirada

En los últimos meses de su vida, entre 1994 y 1995, en los momentos de
calma que le permite la enfermedad, Eduardo Cohen hace del óleo una
manera de recobrar sus ánimos de vivir. Para él, la pintura es un arrojo que
se permite. De pronto pierde la vista, luego la recupera y toma los pinceles
para concretar un trabajo sin par en donde hay que robarle unos minutos
más a la existencia. Vistos esos cuadros lo que queda es una manifestación
de agitaciones y de dolor. Cohen se afirmaba en esa negatividad, en esa
rebeldía que lo hizo uno de los grandes artistas de este siglo XX mexicano
y uno de los mayores dibujantes de este continente del que tanto descreía
Borges.
Andrés de Luna. Eduardo Cohen. Los propósitos de la mirada. P.56,
UNAM, México, 1997.
Blog Eduardo cOHEN

LA IRRACIONALIDAD DE ARTE

La «irracionalidad» del arte es como la del sueño: una racionalidad sui
generis. Tanto el sueño como el arte operan con múltiples niveles de
significación porque no nacen de determinaciones sociales puras, sino que
interviene en ellos un sujeto siempre singular en su biografía a pesar de
insertarse en una cultura homogeneizada por poderosos medios de
comunicación. Esta unicidad de cada sujeto deriva tanto de factores
genéticos como existenciales irrepetibles. Lo que hace que el arte sea algo
más que un producto de las circunstancias sociales y la cultura circundante
es el componente de la obra no programado deliberadamente, sino producto
de esa unicidad, consciente e inconsciente, del sujeto creador.
Eduardo Cohen, charlas con alumnos, 1992.

«La alegría del
portero contra el penalty»

Ahora que todavía flota en el ambiente la euforia futbolística por el
Mundial de Qatar, emerge el recuerdo de la gran afición que Eduardo
Cohen tenía por ese deporte. Desde muy niño, a los 12 años, uno de los
primeros trabajos que emprendió a manera de divertimento, fue una serie
de cómics bajo el título de «Con amor al deporte». Las ilustraciones fueron
magistrales para un niño de esa edad y los textos que acompañaban la
historia reflejaban el entusiasmo del autor por las contiendas de futbol.
A lo largo de su vida combinó su prolífica producción artística con la
práctica del futbol y el seguimiento de los torneos nacionales e
internacionales. Uno de sus óleos memorables lo tituló «La alegría del
portero contra el penalty», obra que regaló con motivo de su boda a un
querido sobrino que era además el portero oficial en el equipo en el que
Eduardo jugaba en aquel entonces.

Eduardo Cohen (Perspectiva de Esther – Esposa)

Eduardo Cohen fue mi marido durante 31 años, por lo que fui testigo de su
desarrollo artístico más productivo e intenso. Disciplinado y voraz lector,
compensó su falta de educación formal en los círculos académicos
tradicionales, con una curiosidad insaciable que lo hizo acercarse a un
sinnúmero de disciplinas, más allá del campo de la estética.
Llegó a tener una visión tan amplia del quehacer humano, que conjuró los
clichés más socorridos y se atrevió a poner en duda las certezas más
petrificadas por el establishment social de su tiempo. De ello dan fe sus
escritos, en los que manifestó su rechazo a las fórmulas solemnes y su uso
del humor autocrítico y ácido para desarmar los lugares comunes y la
autocomplacencia que privaba en ciertos círculos privilegiados.
Generoso con sus alumnos y genuinamente amoroso con sus seres
queridos, enseñó con el ejemplo. Nunca estuvo dispuesto a transigir para
ser aceptado, por lo que su obra fue desafiante, provocadora, nunca
dispuesta a la cursilería ni mucho menos a las exigencias de los snobismos
diversos que florecieron en su tiempo.
Esther Shabot, julio, 2022.

Reflexiones de un pintor

A pesar de que nos vamos formando a partir de lo que hacemos, nuestras
potencialidades nunca se encuentran realizadas del todo. Saber esto es
importante, no para justificar la eventual pobreza de nuestros logros, sino
porque es conveniente no identificar lo que hemos podido hacer hasta el día
de hoy con lo que podríamos hacer mañana. Es decir, aparte de la suma de
nuestros actos realizados, hay aún una reserva de actos posibles. Y debe ser
esta conciencia de que lo manifestado hasta ahora, si bien define lo que
somos, no agota fatalmente lo que podemos ser. Esta conciencia impide
resignarnos a lo dado, al tiempo que nos estimula a «recrear» nuestra
identidad cotidianamente.
Eduardo Cohen. Hacia un arte existencial. Reflexiones de un pintor
expresionista. p. 26. Universidad Nacional Autónoma de México, México,
1993.

Los propósitos de la mirada

Lo interesante en Eduardo Cohen es que llega a la risa por medio de la
ironía; él detesta la broma superficial, la bobería televisiva o
cinematográfica; lo que él integra a sus creaciones es la modernidad de esa
altísima forma de conciencia que es la actitud irónica.
Eduardo Cohen fue un ironista finísimo, con su lápiz o sus plumillas era
capaz de sumergirse en la tontería mundana y sacar, como lo hacen los
buzos, los restos del naufragio. Sus personajes están instalados en el
descrédito del humor, en la risa sardónica que nos devuelve una realidad
cruel. Cohen lejos de refocilarse con la vacuidad del mundo, se muestra
dolido por ella. Lo que hace es mostrarla para que la combatamos, para que
sepamos que existe…

Andrés de Luna. Los propósitos de la mirada. UNAM, p. 26, 1997.

LA REALIDAD- UN CONSTRUCTO

En situaciones no catastróficas y de calma relativa, la realidad es un
constructo discursivo; esto quiere decir que los datos «objetivos» que
proporciona la realidad pueden ser seleccionados y acomodados de infinitas
formas subjetivas. Se puede, por ejemplo, hacer el diagnóstico pesimista de
una sociedad a partir de la nota roja de los periódicos, o un diagnóstico
optimista a partir de la sección de sociales. También se puede deducir la
realidad social de la programación de los canales televisivos, de los
noticieros oficiales, de las declaraciones de los políticos o de las cifras de
los economistas. Algunos podrán sacar conclusiones acerca del tipo de
sociedad en que viven en respuesta a haber sido injustamente agredidos por
un gendarme o, simplemente, por un estado de mal humor.


Si la «realidad» existe, ciertamente no es posible captarla como un todo. Al
común de la gente no le queda más remedio que construirse una realidad a
la medida de sus experiencias (y neurosis) particulares. A un paranoico no
le costará ningún esfuerzo fundamentar sus temores: la realidad da para eso
y mucho más; pero también es cierto que es aún posible para muchos,
aunque no para todos, censurar en sus conciencias las monstruosidades
cotidianas…siempre y cuando sucedan en la piel de los otros.


Eduardo Cohen. Hacia un arte existencial. Reflexiones de un pintor
expresionista, p.126. UNAM, México, 1993.

¿Cómo podemos transgredir las reglas si partimos de una veneración reverente a la ley, a la tradición?

No se puede ser un buen artista si antes no se pierde el respeto al arte con
mayúsculas. ¿Cómo podemos transgredir las reglas si partimos de una
veneración reverente a la ley, a la tradición? Debemos pues, establecer una
confianzuda relación con la historia del arte -nada de monstruos sagrados-
así como con los materiales, el código formal y el contenido anecdótico.
Sólo así se puede aportar un mínimo de originalidad.
Eduardo Cohen. Hacia un arte existencial. Reflexiones de un pintor
expresionista. p.82, México, UNAM, 1993.

Pastel 36

Reflexiones de un pintor expresionista,

Cada uno de nosotros recoge de las cosas lo que nos permite ser lo que
somos, pero también lo que vemos en las cosas depende de lo que somos.
Cuando conocemos a alguien o algo no sólo añadimos un nuevo saber
sobre el mundo, sino sobre todo, descubrimos una parte desconocida de
nosotros mismos. Cada nueva relación nos recrea y pone al descubierto
parte de lo que somos para bien y para mal.
De hecho, amamos a quien nos permite ser del modo en que más nos
gustamos, y odiamos a aquel que hace emerger, de lo que somos, la peor
parte, aquella que preferiríamos se mantuviera en las sombras.

Eduardo Cohen. Hacia un arte existencial. Reflexiones de un pintor
expresionista, p.88. Ed. Universidad Nacional Autónoma de México, 1993.

Para hacer una obra

Para hacer una obra honesta no existen recetas. A veces es difícil distinguir un vicio de un rasgo individual. Hay quienes confunden un tic con el estilo, y suponen que lo personal se construye con redundancias; que basta con repetir indefinidamente un tema o una imagen para que la obra se singularice. El estilo personal no es nada de eso, no se manifiesta en lo fijo y estereotipado sino a través del cambio. Alguien que se repite todo el tiempo no es alguien que posee un estilo formado sino alguien que ha aprendido a copiarse a sí mismo. La mayor prueba de insinceridad es la de  hacer en dos momentos diferentes el mismo cuadro. Una pintura refleja lo que fuimos pero ya no podemos ser. Una obra terminada es un pedazo de nosotros que nos hemos arrancado pero que ya no nos pertenece y que es ridículo volver a recoger.

Eduardo Cohen. Hacia un arte existencial. Reflexiones de un pintor expresionista, p. 56, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1993. 

Óleo 48

Reflexiones de un pintor expresionista

Lo que hace que el arte sea algo más que un producto de las circunstancias sociales es el componente de la obra no programado deliberadamente. Todo artista se expresa siempre en dos niveles: uno, el de la conciencia; en este nivel su ubicación social, su formación académica, tanto como su ideología influyen en los resultados. Sin embargo, en un segundo nivel, el de la inconsciencia, actúan un conjunto de impulsos cuya matriz es un deseo arcaico remotamente localizable.

Las más inexplicables intuiciones del genio y del poeta nada se aclaran a través de los esquemas explicativos de la sociología y aun de la misma psicología, pues aquéllas son precisamente lo impredecible.

Eduardo Cohen. Hacia un arte existencial. Reflexiones de un pintor expresionista, p. 153. Universidad Nacional Autónoma de México, 1993

Acuarela y pastel 3

Hacia un arte existencial.

Amar las cosas es discriminar entre objetos; decir sí a unas y no a otras. Ante la imposibilidad de amar a todos los hombres he de elegir a unos cuantos; ante la imposibilidad de amar todas las cosas elijo unas pocas. Amar las cosas se traduce en conocerlas, conocerlas en sentido bíblico significa poseerlas. Por supuesto no se trata de ser «propietario», sino de ser poseído. Poseer y ser poseído son aquí la misma cosa. Cuando digo que poseo el recuerdo de una frase de Borges, lo que estoy diciendo al mismo tiempo, es que la frase de Borges me posee a mí. Cuando miro un objeto distraídamente no lo poseo; éste pasa a ser mío sólo cuando soy capaz de encontrar en él lo que nadie sino yo puede descubrir: el vínculo que se encuentra debajo de una apariencia de banalidad…

Eduardo Cohen. Hacia un arte existencial. Reflexiones de un pintor expresionista, p. 171, UNAM, México, 1993.

Hacia un arte existencial. Reflexiones de un pintor expresionista

Mis dibujos son resultado de una vista afectada por la miopía, por una serie de manías y obsesiones, por preferencias y fobias, por el amor y el odio que me despiertan las cosas; en fin, por lo que yo soy y por lo que los objetos y las personas significan para mí en este instante, expresado con lo que el material que esté usando me permita decir.

Para experimentar el mundo no poseemos más que nuestros sentidos y tendremos que escucharlos aunque muchas veces nos den «malos» consejos porque es el único modo de hacer saber a los demás la forma particular en que percibimos al mundo.

                  Eduardo Cohen

                   p.185. UNAM, 1993, México

                

Hacia un arte existencial

Cada uno de nosotros recoge en las cosas lo que nos permite ser lo que
somos; pero también lo que vemos en las cosas depende de lo que somos.
Cuando vemos a alguien o a algo no sólo añadimos un nuevo saber sobre el
mundo, sino sobre todo, descubrimos una parte desconocida de nosotros
mismos.
Cada nueva relación nos recrea y pone al descubierto parte de lo que somos
para bien y para mal. De hecho, amamos a quien nos permite ser del modo
que más nos gustamos, y odiamos a aquel que hace emerger, de lo que
somos, la peor parte, aquella que preferiríamos se mantuviera en las
sombras.
Eduardo Cohen
Hacia un arte existencial.


Reflexiones de un pintor expresionista, p.88.
UNAM, México, 1993.

Reflexiones de un pintor expresionista. UNAM, México, 1993

«La función del arte es transfigurar inéditamente los objetos familiares iluminándolos con una nueva luz nueva e ingeniosa. Mediante la parodia, por ejemplo, lo familiar se nos puede volver súbitamente extraño, y lo extraño, familiar; pueden aparecer en los objetos otros rasgos que jamás entrevimos. La sátira de lo cotidiano es una expresión fundamentalmente estética».

«La ironía no es únicamente un contenido que el arte se encarga de vehicular. El arte mismo debe ser ironizado para que pueda cumplir una de sus funciones básicas: la crítica. Además, volver al arte un campo de ejercicio irónico es rescatar otra de sus máximas virtudes: su carácter de diversión, de aventura, de actividad lúdica.»

Eduardo Cohen. Hacia un arte existencial.

Eduardo Cohen (Reflexiones)

«El estilo personal de la obra de un artista no se manifiesta en lo fijo y estereotipado sino a través del cambio. Alguien que se repite todo el tiempo no es alguien que posee un estilo formado sino alguien que ha aprendido a copiarse a sí mismo. La mayor prueba de insinceridad es la de hacer en dos momentos diferentes un mismo cuadro. Una pintura refleja lo que fuimos pero ya no podemos ser. Una obra terminada es un pedazo de nosotros que nos hemos arrancado pero que ya no nos pertenece y que es ridículo volver a recoger. Y si, sin darnos cuenta, empezamos a repetirnos es porque de momento no tenemos nada que decir y no queremos callar. En tal caso hay que tomarlo como un síntoma y tratar de atacar las amenazas de esterilidad asomándonos al mundo, a lo que sucede a nuestro alrededor, y después intentar de nuevo. «

Eduardo Cohen. Hacia un arte existencial. Reflexiones de un pintor expresionista, p. 56. UNAM, México, 1993.

Mi Papá, yo, el arte y la religión

Por: Leonardo Cohen

En muchas ocasiones, a lo largo de mi vida, me he visto con la necesidad de explicar ciertas paradojas que conviven al interior de mi personalidad. Desde una época muy temprana, aún durante mi niñez, me fui percatando de que tarde o temprano la fe en Dios me abandonaría. Recuerdo con nitidez el momento en el que, esperando mi turno para entrar al dentista, tal vez a los 11 o 12 años, miré hacia la sala donde doctores y enfermeras trataban la dentadura de otros niños, y con preocupación tuve la sensación de que mi aterrizaje en el mundo del ateísmo era inevitable. No me agradó esa sensación. Me pareció que no era adecuado ni correcto dejar de creer en Dios, pero sentí que no había alternativa, y que las ideas que al respecto tenía en el pasado, se iban disolviendo y haciendo obsoletas. Percibí que mi destino iba a ser la renuncia a la fe religiosa y a la idea de que por encima de nosotros había una voluntad divina. No había posibilidad de argumentar. Simplemente, así era y había que reconciliarse con la nueva realidad. Sin embargo, puedo decir que, también desde una época relativamente temprana, -a mis 16 o 17 años- me empecé a interesar apasionadamente por la religión. Se me despertó gran curiosidad por el fenómeno religioso, al que empecé a aproximarme a través de lecturas diversas, sobre todo de sociología. Posteriormente, mis estudios académicos me condujeron a colocar el tema religioso en el centro de mi agenda, y hasta la fecha se me despierta fácilmente el apetito cuando se trata de abordar experiencias religiosas desde perspectivas analíticas. Eso sí, aún sigo sin considerarme creyente, tal y como lo percibí aquella tarde en el dentista.
Con el pasar del tiempo, uno va rearmando su biografía y tratando de entender cómo es que uno se volvió quien es. ¿Cómo llegué a conciliar mi apatía por la fe junto con mi pasión por la religión? Sin duda mis relaciones afectivas más cercanas tuvieron una influencia importante sobre mi conciencia. Nadie en mi casa demostró tener especial interés por mantener las prácticas religiosas a nivel cotidiano. Mis padres y sus tres hijos, Moy, Sari y yo, nos criamos bajo el mismo ambiente y al final todos terminamos desligándonos de Dios de una forma o de otra. Sin embargo, dentro de esa misma atmósfera, cuando llegaban las festividades judías, casi como si fuera un imperativo íbamos todos a la sinagoga y rezábamos. En Yom Kipur, mi papá salía hacia la sinagoga desde temprano. Yo era un poco más flojo y llegaba más tarde. Cuando entraba, mi papá me miraba con ojos de pistola, como diciéndome: “¿Apenas te apareces?” Me ponía el talit y comenzaba a rezar junto con todos los presentes. Con el tiempo me llegué a preguntar por qué mi papá se molestaba de que me incorporara tarde al rezo. Tal vez le enfadaba que yo y mi hermano lo dejáramos aburrirse solo.
Durante mi adolescencia pasé horas y horas con mi papá y Moy mi hermano en la sinagoga. Mi mamá y mi hermana no podían sentarse con nosotros porque se trataba de una sinagoga ortodoxa. Había largos momentos tediosos y aburridos cuando se trataba de los rezos de Rosh Hashana y Yom Kipur, que nos daban la oportunidad de conversar y plantear, sin decirlo de manera abierta, la pregunta fundamental de ¿por qué estamos acá? Mi papá se educó de manera religiosa, se sabía todas las plegarias casi de memoria, mientras yo hacía un gran esfuerzo por leer todo y nunca lograba terminar a tiempo. Tal vez había cierta inercia, o compromiso familiar que le dificultaba a mi papá la posibilidad de dejar de ir a la sinagoga. Sin embargo, una vez que estábamos ahí, discutíamos y conversábamos sobre el valor de la religión como instrumento de cohesión social. Escuchábamos los cantos y a continuación reflexionábamos sobre la manera en que la participación en el rito, el involucramiento afectivo de los participantes, generaba un momento de comunión que demostraba que la religión existe y cumple un papel –social, emocional, afectivo- que va más allá de las creencias. Por supuesto, a través de esas conversaciones conocí a Émile Durkheim, uno de los padres fundadores de la sociología y en específico de la sociología de la religión. Incluso, en una ocasión, descubrí a mi padre haciendo una trampa. Adentro del libro de rezos tenía escondido otro libro, el cual procuraba leer mientras se aburría. Era un libro muy pequeño pero muy significativo: “Comentarios a la Rama Dorada de Frazer” escrito por el filósofo alemán Ludwig Wittgenstein. Cuando mi papá se escapaba dentro del rezo hacia su lectura, abordaba perspectivas sobre la religión en las que él mismo se encontraba en ese preciso momento: “el hombre que clava una aguja en el muñeco que representa a su enemigo, tiene su equivalente en la sociedad moderna donde un hombre besa la foto de su amada, o toca la bocina cuando no puede salir del embotellamiento. En todos los casos, se trata de una expresión de un deseo.” La ceremonia tenía significados afectivos, más allá de su capacidad de dirigirse hacia la voluntad divina o tratar de influir en ella, como se hace referencia a la magia.
Mi papá dedicó una pequeña parte de su obra plástica, a retratar esas experiencias en la sinagoga. Sobre todo, la sinagoga de la calle Córdoba, que fue la sinagoga de su infancia. Lo hizo siempre desde su profunda perspectiva expresionista, que resaltaba, sobre todo, la visión radicalmente subjetiva de la imagen que representaba. Tal cómo él mismo escribió: “El artista que se encuentra comprometido afectivamente con el mundo no hará necesariamente obras maestras (para eso se necesita algo más), pero sí obras auténticas y únicas. La autenticidad tiene dos caras positivas: una es el innegable interés que despierta cada alma humana cuando nos habla desde sí mismo; la otra cara es la experiencia subjetiva, plena de intensidad que vive quien lucha por objetivar su propia visión de la vida en la particularidad de un espacio y en la singularidad de un instante.”
Si los dibujos y pinturas de mi papá son obras maestras, eso lo determinará el público y los críticos de arte. Pero sin duda en sus obras sobre su experiencia en la sinagoga puede notarse su compromiso afectivo, su autenticidad, y su capacidad de hablar de sí mismo. Yo no heredé su capacidad para las artes plásticas, pero a partir de nuestras largas conversaciones en la sinagoga es que me explico a mí mismo por qué me apasiona el fenómeno religioso y por qué dedico tantos esfuerzos en comprenderlo desde una posición empática, más allá de mi certero ateísmo, o más bien, agnosticismo.

El maestro Eduardo Cohen

Al leer el blog del maestro Eduardo Cohen, mi memoria recorre el tiempo al año 1995.

Lalo. como todos lo llamábamos, fue un excepcional dibujante, el más creativo, culto, productivo y con un humor único.

Hablaba de música, teoría del arte, de política, y muchos temas más, provocando un enorme despertar en nosotros, motivaba con gran provocación el interés por el conocimiento, la cultura, la información y la crítica.

Cuestionaba todo lo que pudiéramos decir y nos ponía siempre en duda………………….

Esto además de su gran talento como maestro de dibujo, nos dio una mirada amplia y creativa en el quehacer artístico.

Recuerdo con tristeza, unas semanas antes de su muerte, fui a visitarlo y me dijo:

“Vas a mi taller, recoges las tablas, las patas de gallo y das la clase de dibujo”

Estas palabras retumbaron en mi mente como una orden ……………

Yo no me sentía capaz, no entendía en lo que este hombre me estaba metiendo………….

Como pude, me armé de valor y poco a poco fui creando un programa de dibujo, que hasta el día de hoy sigue enriqueciéndose.

Estoy muy agradecida por su visión, por el legado que me heredó y el impulso que me dio.

Esto le da una enorme satisfacción y sentido a mi existencia, así como también me da la posibilidad de transmitir su enseñanza a muchos jóvenes, que hoy en día son profesionistas en las diversas áreas del diseño y la arquitectura.

Estas tablas y patas de gallo, hasta hoy en día, siguen siendo el soporte para la enseñanza del dibujo y pudiera afirmar que contienen el misterioso espíritu creativo del maestro Lalo…

Lalo cambió y amplió la mirada de todos los que lo conocimos

Mi gran admiración por el maestro y extraordinario dibujante Eduardo Cohen (QEPD)

Así como también por el gran talento que Esther y su familia tienen

Con mucho cariño y agradecimiento

Emilia Yedid

Recordando a mi padre: Eduardo Cohen

Es costumbre en mi comunidad de origen -los judíos mexicanos provenientes de Alepo- llamar al primer hijo con el nombre de su abuelo, y a la primera hija con el nombre de su abuela. Es una manera de honrar a la persona u honrar su memoria en caso de que haya fallecido.

Mi hijo nació casi 14 años después de la muerte de mi padre, Eduardo Cohen. A mi hijo lo llamamos Amitai. Pronto serán 30 años de que emigré a Israel, y el nombre Eduardo podía resultar un poco extraño en el entorno local. Amitai, también es un nombre poco común, pero nos pareció original, es un nombre con raíces bíblicas y por lo tanto puede adecuarse más fácil al entorno hebreo que nos rodea. Amitai era el padre del profeta Jonás: el primer versículo de este libro dice: “Y Dios hablo a Jonás hijo de Amitai.” Eso es todo lo que sabemos de este personaje, ni más ni menos, lo que para mí lo hace atractivo porque le otorga un cierto misterio, habiendo sido mencionado esta única vez en el texto bíblico.

Sin embargo, la razón más importante por la que me di la libertad de no llamar a mi hijo con el nombre de mi padre es que a causa de los intensos recuerdos que tengo de él, y que sorprendentemente se acrecientan conforme el tiempo pasa, encuentro infinidad de maneras de honrar su memoria más allá de su nombre. Su legado es tan vasto para mí, como entiendo que lo es para mucha gente más, que las oportunidades para rememorarlo y agradecerle lo que nos heredó, son excepcionalmente numerosas.

En muchas ocasiones cuando voy al banco, a la peluquería o alguna tienda o restaurante que están en un cruce muy transitado cerca de mi casa, me veo obligado a pasar al lado de un puesto de lotería. El vendedor me conoce desde hace muchos años. Se llama Martin y tiene cerca de sesenta años. La relación entre los dos es predominantemente unidireccional. El me da consejos y recomendaciones para la vida y yo lo escucho. El piensa que debe ayudarme a que mi vida sea mejor. Me explicaba en su momento como terminar de escribir mi doctorado, como hacer para encontrar un trabajo fijo y no ser profesor por asignatura. Se le ve un poco inquieto de que aún no he conseguido comprar un departamento. Me pregunta por la educación de mi hijo. Me muestra anuncios en los periódicos de cosas que pueden ayudarme para tener una vida más estable. Yo nunca le pregunto nada fuera de un simple cómo estas. A veces le respondo a sus inquietudes y trato de decirle lo que yo quiero o pretendo hacer y al mismo tiempo le doy la razón porque si lo contradigo levanta el dedo de manera categórica dejándome completamente desarmado. La dinámica es siempre la misma, salvo que esté ocupado con algún cliente. En esos casos, logro escabullirme y cruzar la calle saludándolo desde lejos con la mano. Admito que hay muchas ocasiones en las que no tengo ánimo de escuchar sus prédicas, y entonces hago un rodeo para evitar que se entrometa otra vez en mi vida privada. No me atrevo a pasar frente a él y no detenerme para que hable conmigo, así que muchas veces me escapo.

´           ¿Por qué soy así? Inmediatamente después de que me hago esta pregunta me brinca la respuesta. Es mi herencia paterna. Mi papá tenía su estudio en un edificio en la colonia Polanco. En la planta baja había una tintorería y el empleado una vez lo vio salir del edificio y le dijo: “he visto que sus cortinas están un poco sucias, cuando quiera, se las lavo.” Mi papá no quiso hacerlo, por lo que antes de entrar al edificio se tomaba la precaución de no toparse con el tintorero y escurrirse hasta su estudio sin que lo vea. Así lo hacía por semanas. No quería tener que rendirle cuentas cara a cara de qué es lo que quería o no quería hacer con sus cortinas. Sin embargo, un día el encuentro fue inevitable, y un poco nervioso mi papá le dijo: “¿sabe qué?… eh… es que creo que… mire, no quiero que las lave.” A lo que el tintorero respondió: “¿Qué? ¿Que no lave qué?”

Ligada a esta historia hay otra historia que contaba mi papá, en parte verdadera y en parte ficticia. Mi papá había ido a ver al otorrinolaringólogo, quien le resolvió un problema del oído y le pidió que volviera en dos semanas para revisarlo de nuevo. Después de la primera visita se sintió mejor y no vio necesidad de hacer otra cita. Pensó que era innecesario gastar dinero en un asunto que ya estaba resuelto. El problema era que el consultorio del médico estaba en la calle aledaña a donde vivíamos y mi papá temía encontrarse al doctor por casualidad y que le dijera: “¿por qué no vino a verme?”. Así que preparó la excusa de antemano: “sí me lo encuentro en la calle, le digo que acabo de llegar de viaje”, pero luego reflexionó y se dijo: “¿por qué habría de creerme?” Y entendió que por los próximos días tendría que caminar por la calle con una maleta en la mano para justificar su argumento. Pero qué tal si el médico le pedía cargar su maleta y se daba cuenta que estaba vacía. Sería un problema. Debería de prepararse para esta posibilidad. La solución era meter algunas piedras y tal vez algo de ropa para dar crédito a su excusa. Fue un poco más allá y pensó que el médico tal vez le pediría abrir la maleta para ver si no eran sólo piedras, pero consideró que esto era ya improbable.

La creatividad de mi papá iba más allá de su obra plástica. Estaba presente en sus fantasías, su humor y la manera de encarar sus dificultades y debilidades. Su creatividad estaba también en su manera de armar historias. Hace poco tiempo leí un cuento corto de Etgar Keret. El personaje -que es Keret mismo-, recibe una llamada de una oficinista del sistema de cablevisión para venderle un servicio. Keret no logra decirle que no le interesa y le explica que se acaba de caer en un hoyo y se rompió el tobillo. Cuando más tarde la mujer vuelve a insistir, se ve en la necesidad de contarle que están por amputarle la pierna, y ella le dice que le llamará más tarde. La esposa de Keret le dice: “Por qué no puedes limitarte a decir: gracias, pero no me interesa comprar, alquilar o tomar prestado lo que sea que usted venda, así que, por favor, no vuelva a llamarme en lo que le queda de vida y, si es posible, tampoco en la siguiente. Que tenga un buen día”. Creo que a mi papá le hubiese gustado esta historia.

Cada vez que me voy aproximando al cruce de la calle Ha’ari con Aza y Metudela, y alcanzo a ver el puesto de Martin, empiezo a pensar cómo armaré mi historia de hoy. En las más cotidianas experiencias es que me vuelvo a encontrar con mi papá, y trato de intercambiar algunas ideas con él sobre cómo desarrollar cada narrativa de lo que me pasa en la vida diaria. Es una manera, de tantas que hay, a través de las cuales honro su memoria en la experiencia cotidiana. Por ello me tomé la libertad de no darle su nombre a mi hijo.

Por cierto, termino de escribir estas líneas y veo frente a mí un cuadro de mi papá. Es una serigrafía de los vitrales que hizo sobre los profetas. Veo frente a mí una de sus creaciones artísticas, veo cómo la ballena se traga a Jonás, el hijo de Amitai.

Leonardo Cohen

 

 

De cómo mi papá afectó mi visión acerca del cuerpo.

Soy Sari, la hija chica de la familia. Tengo hoy en día 46 años y cuando falleció mi papá, Eduardo Cohen, tenía yo sólo 22. Mi papá era una persona muy querida por muchos y tanto para mis hermanos como para mi mamá y para mí, él siempre fue una figura adorada y admirada y su muerte nos dejó un hueco enorme.

Hoy quiero hablar de la manera en la que el arte expresionista de mi papá y específicamente su percepción de los cuerpos fue construyendo en mí una cierta visión que influyó profundamente en mi vida personal y académica.

Yo nací en 1972 y en los ochentas viví mi adolescencia. Los ochentas fueron años nefastos en cuanto a lo que se refiere a la cultura de las dietas y de la cosificación de las mujeres en los medios: Jane Fonda y sus aerobics llenaban las pantallas de televisión y cada semana una nueva dieta era promovida como la panacea para todas mujeres que no habían sido dotadas naturalmente de un cuerpo esbelto y tonificado. Yo nunca tuve el cuerpo de las Barbies y por lo tanto pasé toda mi adolescencia enfrascada en esa búsqueda por demás inútil. Desgraciadamente, todas las mujeres a mi alrededor en esa época estaban en las mismas, victimas dominadas por esos mensajes y no llegué a tener cerca ninguna voz feminista que los pudiera poner en cuestión.

Mi papá tampoco fue el portador de esa voz, por lo menos no consciente o expresamente. Pero de alguna manera, presiento que si años después me rebelé en contra de esos mensajes opresivos y me empoderé con relación a mi cuerpo, su forma y su tamaño, fue en gran parte por lo que logró impregnarse en mí de la visión artística de mi papá y su peculiar relación con los cuerpos.  Desde chica recuerdo mirar intrigada sus cuadros, con esas figuras desnudas, expresivas, cuyos cuerpos eran lo menos parecidos a los de las modelos de los anuncios o al de Jane Fonda. Eran cuerpos extraños, cuerpos que parecían vivos, no «pulidos» o «embelesados». Hasta dudaba entonces si esos cuerpos eran dignos de ser mostrados en un cuadro, de ser «arte». Esos cuerpos eran como los cuerpos de la vida misma: no los que teníamos que aspirar a ser, sino los que éramos.

Recuerdo cuando mi papá me llevaba a su estudio: en muchas ocasiones estuve ahí, participando en sus clases de arte que tan demandadas eran. Desde muy niña observaba con encanto y curiosidad – también con un poco de vergüenza – a la modelo desnuda a la cual todas intentábamos dibujar durante la clase. Era siempre vieja, siempre con un cuerpo carnoso y flácido, un cuerpo real – con pliegues, celulitis, arrugas y demás «imperfecciones». Yo le preguntaba a mi papá por qué sus modelos eran siempre así, por qué no eran jóvenes y de cuerpos «perfectos». “Estos son los cuerpos interesantes” – me respondía – “los que más material dan para dibujar”.

Así, creo que fui introyectando esa idea – a pesar de no haberme sido comunicada con palabras: Los cuerpos reales son los cuerpos interesantes, son los que vale la pena observar y los que más tienen que dar. Mi papá me transmitió mediante su arte que la sexualidad, la belleza y el asombro no son precisamente propiedad de los cuerpos sólidos, limpios, jóvenes, lisos y perfectos: El arte está en la carne, en el cuerpo exuberante, voluptuoso y sensual.

Años más tarde, ya en un tiempo posterior a su muerte, me convertiría en doctora en filosofía con una tesis sobre el cuerpo grotesco. En mi tesis propongo al cuerpo grotesco – especialmente el cuerpo del carnaval investigado por Mikhail Bakthin – como un cuerpo vivo, integrado al mundo y no separado de él; el cuerpo propio de la filosofía fenomenológica, reconocido por ésta como parte integral del sujeto y no sólo como una «máquina» al servicio de la mente – estilo Descartes. Esa tesis se publicó y en la portada del libro un dibujo de la famosa serie de «las escaleras» de mi papá proporcionó un significado concreto y personal a un estudio teórico.   

A partir de ahí, me he dedicado a la filosofía feminista con énfasis en el cuerpo y la corporeidad. En el ámbito personal, durante la última década viví en carne propia la maternidad: me embaracé, parí, amamanté a mis dos hijos y me enamoré así del cuerpo sensual y generador de vida, el cual convertí en mi tema de investigación filosófica. A la par, me liberé de la cultura de la dieta y de la cosificación femenina y me rebelé transformando mi cuerpo en un cuerpo  activo, gozoso y que deja a todos los Barbie-cuerpos atrás, rezagados.

Tristemente, mi papá no alcanzo a ver nada de esto, pero en ocasiones siento que el mejor homenaje que he podido hacerle es el de haberme convertido felizmente en uno de los personajes de sus obras. Finalmente, yo también soy (en parte) obra suya J.

Sara Cohen Shabot

Mi papá Eduardo Cohen

 

Me llamo Moisés Cohen y soy el hijo mayor de Eduardo Cohen y Esther Shabot. Tengo dos hermanos, Leo y Sari. Voy a platicarles algunos recuerdos importantes que para mí  pueden ilustrar la historia, la personalidad de mi padre y del pintor a quien amo y admiro.

Mi papá nació en 1939, era el octavo hijo de diez. Su familia era pobre y se tuvieron que mudar varias veces de casa porque no terminaban de pagar la renta.

En la escuela, cuando tenía 10 u 11 años estaba haciendo dibujos mientras el maestro estaba dando su clase. Al pasar junto a mi papá el maestro le dice a todos: “mientras nosotros estamos estudiando miren ustedes lo que hace Cohen” levantando su dibujo y mostrándolo ante toda la clase, poniéndolo en ridículo frente a sus compañeros. Esta historia marca el inicio de su trayectoria como pintor, a él le importaba más dibujar que oír a un maestro que no era empático ni capaz de ser un buen educador.

En primero de comercio, a los 13 años, mi papá se enferma de tifoidea. Se queda en su casa un par de meses y al final del año reprueba. Sale de la escuela y empieza a trabajar a esa edad como cargador en una bodega con su cuñado. A los 17 años entra a la escuela de San Carlos para aprender y dedicarse a pintar en un futuro. Ahí conoce a su amigo Jorge Saldívar, con el cual tuvo una amistad muy cercana por 38 años. Cuando tenía 15 años se une a una empresa fabricante de ropa femenina fundada por Pepe, su hermano mayor y entra también su hermano Beto, que es dos años más grande que él. Se casa a los 24 años con mi mamá y yo nazco cuando él tenía 25.

Mi papá fue un gran autodidacta. Leía muchas novelas y ensayos de sociología, de ciencias políticas, de historia, de filosofía y de psicoanálisis. Escribía muy bien, su libro publicado algunos años antes de su muerte se tituló “Hacia un arte existencial, reflexiones de un pintor expresionista”, editado por la UNAM, el cual yo disfruté mucho. Debido a su influencia yo estudié Psicología y Filosofía en la universidad de Tel Aviv y al regresar a México varias veces conversamos sobre temas relacionados con estas dos carreras.

Una parte muy importante de su vida que me incluye a mí y a Leo (mi hermano) fue su pasión por el fútbol. Cuando Leo y yo éramos niños íbamos todos los domingos al parque de Lope de Vega a jugar fútbol con mi papá, él jugaba dos veces por semana fútbol de salón y lo disfrutaba mucho. Cuando éramos adolescentes jugamos muchas veces con él en Cuernavaca. Él era el único adulto que jugaba con nosotros y era un líder de su equipo, más adelante, cuando Leo y yo fuimos adultos, hicimos un equipo con mi papá y con varios amigos para entrar a un torneo  y para mí fue una gran experiencia compartir con ambos esta pasión que siguió construyendo un vínculo cálido y cercano entre nosotros.

Mi papá se retiró de la empresa que tenía con sus hermanos a sus 34 años y, aunque pintaba desde varios años atrás, se dedicó solo a seguir pintando y a dar clases de pintura. Fue un gran pintor expresionista y un maestro muy querido y respetado por sus alumnos. Hizo una gran cantidad de exposiciones en México y en el extranjero. Curiosamente nunca le interesó mucho vender sus cuadros. Para él la pintura era una pasión que le daba sentido a su vida, sin importar si compraban sus cuadros o no.

Siempre tuvo un gran sentido del humor que compartió con mi mamá y que yo heredé, al igual que mis hermanos. Pienso que ese sentido del humor también se infiltraba en sus cuadros, el cual daba a sus personajes una apariencia llamativa y elocuente, como una vertiente del expresionismo.

A los 48 años tuvo cáncer de próstata. En aquellos tiempos era poco probable que los hombres se hicieran análisis previos y resultó que el cáncer se empezó a expandir y las metástasis provocaron que muriera a los 55 años. Yo actualmente tengo 53 y lloro seguido, acordándome de él bajo la sombra que me atemoriza, ya que en dos años voy a tener la edad en la que él murió.

Mi papá pintó aproximadamente 3 000 obras. Dibujos, pasteles, óleos y tintas. Una pequeña parte de ellos van a aparecer en su página y este proyecto realizado por mi mamá y por mí consistió en fotografiar todas sus obras, transferirlas a un programa llamado Lightroom y subirlas a internet, además de publicar su biografía, escribir blogs sobre su vida y sus obras.

Para mí este proyecto me conmueve pensando que estoy reparando una parte de su vida como artista y como padre, además me trae muchos recuerdos que me hacen derramar lágrimas de manera cotidiana. Me interesa mucho que el público conozca sus obras y lea los blogs que aparecen en su página para conocer su vida y sus emociones, que contemplen sus pinturas, que experimenten asombro y perciban su alegría y su dolor que se mezclan en su estilo expresionista. Para mí, esto que he hecho junto con mi mamá, es una especie de curación al regresarle a mi papá una pequeña porción de actos dedicados a darle brillo a su obra y a su posición de pintor, además de haber sido un padre inteligente, cariñoso, sensible y empático.

Sigo pensando que él me dio a mí mucho más de lo que yo le he dado.

 

Moisés Cohen.

EDUARDO COHEN

 

Pintor expresionista mexicano quien dejó al morir una vasta obra de cerca de cuatro mil piezas. Destacó por su virtuosismo en el dibujo al cual dominó de manera destacada. Siempre figurativo y con un dominio magistral de la representación del cuerpo humano y su realidad circundante, tomó el camino del expresionismo como su ruta predilecta para expresar lo más personal de su visión de mundo.

Con agudo sentido del humor, falta de solemnidad y gusto por la ironía, transmitió sus enseñanzas teóricas y pictóricas a docenas de alumnos para quienes se volvió referencia esencial en su formación artística.

Aun en los momentos difíciles de la enfermedad que le quitó la vida, mantuvo firme su voluntad de seguir expresándose mediante su quehacer artístico, por lo cual aceptó el reto de diseñar vitrales y murales para espacios públicos, sabedor de que esa podía ser una de sus más valiosas herencias como artista.  (México, 1939-1995)

Esther Shabot (Esposa del pintor Eduardo Cohen).

 

Historia de Eduardo Cohen

Artista nacido en la Ciudad de México, en 1939. Se formó en la Academia de San Carlos, en el México City College (hoy Universidad de las Américas) y los talleres de dibujo y pintura de los maestros Arnold Belkin, Silva Santamaría, Antonio Rodríguez Luna y Muñoz Medina. Consideró siempre al dibujo como un territorio autónomo, con la misma dignidad artística que la pintura, por lo que se dedicó a esta técnica de manera especialmente intensa a lo largo de más de tres décadas. Su obra estuvo cargada de pasión, sensualidad, humor, mirada crítica y una reiterada perspectiva irónica que intentaba despojar a los objetos y a los seres de esa pomposa solemnidad tras la que a menudo se esconden otras “realidades” distintas que Cohen se empeñó en descubrir al tiempo que construir. De ahí su inclinación hacia el dibujo expresionista como vía que opta por mostrar la realidad, no tal cual aparece a nuestros sentidos sino como la percibe una mirada intensamente subjetiva que cambia, trastoca y altera nuestras acostumbradas convenciones para expresar una emoción profundamente personal.

Cohen se dedicó, con singular empeño, a explotar las posibilidades que le ofrecían los materiales simples, como el lápiz, el carboncillo, la tinta o la acuarela, con objeto de conseguir mediante ellos, series extensas en las que daba rienda suelta a su imaginación. El resultado estuvo conformado por cientos de dibujos en los que se reiteran ciertas obsesiones temáticas que surgían de la mano del artista no premeditadamente, sino a partir de un inconsciente manifestado a través de lo que las líneas o las manchas le sugerían, lo mismo que de las exigencias de la composición impuestas por su visión estética. A medida que la obra maduraba, el dibujo académico fue dejado atrás para dar paso a deformaciones figurativas elocuentes de lo que una mirada aguda, irónica y fresca puede conseguir en su obsesión por transformar y comunicar la realidad creativamente, dándole así nuevas significaciones.

La búsqueda constante de Cohen dio pie a una insólita versatilidad. Sus referencias eran explícitas: consciente de su admiración a Francis Bacon, Grosz, Góngora, Schielle y Orozco, por citar algunos ejemplos, exploraba esos caminos compartidos con el resultado de que tales referencias eran rebasadas finalmente al imponerse en su obra su sello absolutamente personal.

Hacia fines de los años ochenta el dibujo minucioso deja paso a un ímpetu informalista de trazos violentos y simplificados a partir de los cuales su virtuosismo se manifiesta en una nueva y más libre vertiente. Unas cuantas manchas y líneas desparpajadas se extienden por el papel con soltura y maestría para expresar sintéticamente una estructura formal que impresiona justo por la intensidad conseguida a partir de una sorprendente economía de medios. El pastel va a ser usado por Cohen cada vez con más frecuencia y ello da pie a que el color ingrese en su mundo plástico como un elemento a la vez enriquecedor y desafiante. Para Eduardo Cohen, por muchos años dibujante que enfrentaba con inseguridad los retos impuestos por el color, el pastel le fue proporcionando paulatinamente una posibilidad de creación renovada mediante el manejo osado del color que fue usado análogamente con el mismo grado de libertad y aprovechamiento imaginativo del accidente.

En esos mismos años es cuando Cohen recibe la misión de pintar un mural para una sinagoga y realizar poco después dos series de vitrales para bibliotecas de escuelas judías. Estos encargos, además de estimularlo a una ardua labor de investigación en referencia a los temas elegidos –el ritual festivo judío, los profetas bíblicos y la creación del mundo según una libérrima interpretación del texto bíblico– lo vuelcan hacia el descubrimiento de la sensualidad del trabajo en dimensiones espaciales mayores.

Una vez destapadas las compuertas del uso del color, Eduardo Cohen se dedicó en los cinco últimos años de su vida a la creación de pinturas al óleo sobre papel. La mancha y el accidente fueron el punto de partida de composiciones en las que las figuras humanas, los animales y los objetos se desplegaban con dramatismo, humor o misericordia, y en donde color y textura, luz y sombra, fueron manejados de modo tal que conseguían transmitir una carga poética no exenta de ambigüedad, hecha al mismo tiempo de dolor y exaltación, signo de aquellos variados estados anímicos que marcaban a Cohen en esos tiempos en los que la enfermedad lo agobiaba.

Eduardo Cohen dedicó buena parte de su vida a la docencia del dibujo de la figura humana y de teoría del arte. Incansable e intenso lector de una diversidad de temas, su formación autodidacta lo hizo poseedor de las ventajas de la interdisciplinariedad. Publicó a fines de 1992 bajo el sello del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM su libro “Hacia un arte existencial”, reflexiones de un pintor expresionista, libro en el que se halla condensado el recorrido teórico y analítico del artista, lo mismo que su compromiso con la búsqueda permanente de renovados códigos estéticos y el rechazo consecuente a los halagos de camarillas y la mercantilización de su producción.

A su muerte, acaecida el 15 de junio de 1995, guardaba en su estudio cerca de tres mil obras, la mayor parte de ellas nunca antes exhibidas. Tras un arduo trabajo de selección fue presentada en julio de 1997 y bajo los auspicios de la Dirección de Artes Plásticas de la UNAM, una magna exposición retrospectiva en los recintos del Palacio de Minería, la cual posteriormente iniciaría un recorrido itinerante por museos diversos de la provincia mexicana. Con base en la mencionada muestra se publicó igualmente el libro «Eduardo Cohen 1939-1995. Los propósitos de la mirada» editado por la UNAM con el apoyo de la Fundación Cultural Eduardo Cohen A.C., de reciente creación. En las casi 200 páginas de este libro aparece lo más representativo de la trayectoria de Cohen, acompañado por un texto analítico del Maestro Andrés de Luna, curador de la muestra, quien considera a Cohen “uno de los grandes artistas de este siglo mexicano y uno de los mayores dibujantes de este continente del que tanto descreía Borges.”

 

Humor teñido

Eduardo Cohen tenía un sentido del humor teñido siempre de crítica mordaz e ironía.

Por ejemplo, sabía de las envidias entre colegas de un mismo oficio incluida la creación artística, por lo que no perdía la oportunidad de hacer evidente ese sentimiento.

Fue así como en un catálogo de una de sus exposiciones donde él mismo escribió el texto que lo acompañaba, una de sus frases fue: “No me interesa tanto triunfar como artista, como ver a los otros fracasar”.

Una buena carcajada del quien leía esto, era su gran satisfacción.


Esther Shabot, viuda de Eduardo.

“Los propósitos de la mirada”

El caso de Eduardo Cohen nos enfrenta con un artista que desarrolló su talento al margen de los círculos institucionales y que, con razón, se consideró a sí mismo un outsider, en la medida en que no participaba en el gran circo publicitario del arte… fue alguien que producía sin importarle el mundo de las galerías o de la cultura institucionalizada de nuestro país.

En esa dirección fue un anarca en los términos en que Ernst Junger define esta posición: aquél que conserva sus valores intactos no obstante los embates de la historia o de la realidad cotidiana.


Fragmento del texto de Roberto Vallarino en “Los propósitos de la mirada”
Eduardo Cohen 1939-1995, p. 155. UNAM, México, 1997.

EL SENTIDO DEL HUMOR SARCÁSTICO Y AUTOCRÍTICO DELARTISTA

Eduardo Cohen rechazó siempre la solemnidad que a menudo acompaña a
quienes se toman la vida y a sí mismos demasiado en serio. Por ello se atrevió
a redactar en algún catálogo de su obra, frases que se burlaban jocosamente de
los lugares comunes que a menudo acompañan los discursos de ciertos artistas
que con voz engolada insinúan poseer, en razón de su actividad artística, una
especie de superioridad humana.

Ejemplo de una de esas frases: “Para mí,
pintar es tan importante como respirar; pero gustosamente dejaría de pintar si
me rindieran honores por respirar”.

EC.

Eduardo Cohen

Han pasado 29 años desde la muerte de Eduardo Cohen. Los cambios que
desde entonces se han producido en la forma como vivimos y nos
comunicamos han sido de tal envergadura, que cuando su familia cercana y
sus amigos reflexionamos acerca de todo lo que no alcanzó a ver, cobramos
conciencia de la sorpresa y el desconcierto que lo invadirían, si él resucitara y regresara a este mundo nuestro de 2024. No entendería que es Internet, el
email, el WhatsApp, el Instagram o un teléfono inteligente.

Le causaría asombro cómo los nuevos instrumentos tecnológicos permiten diseñar con rapidez y eficiencia, lo que antes llevaba días y meses de trabajo. No creería lo que el ChatGpt puede lograr, pero muy pronto esta herramienta, una vez entendida, sería motivo para desarrollar una reflexión profunda acerca del futuro de la humanidad. Sobre todo, se divertiría con todo lo nuevo que está a la mano, como juguete novedoso que cautiva. Y sin embargo, su ojo agudo y su mano maestra, seguirían trabajando sobre el papel con el mismo placer de antes.