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Con motivo de la exposición de Eduardo Cohen de la serie de máscaras y situaciones.

Extractos del texto de la crítica Alaide Foppa, aparecido en el Suplemento «La Onda» del periódico Novedades, 27 de febrero, 1977, México.

Eduardo Cohen apareció en los años setenta con algunas exposiciones en institutos culturales, la galería Misrachi y en Estados Unidos.… Acre, incisiva y caricaturesca, su pluma revela un mundo distorsionado y grotesco. Los cuerpos aparecen casi siempre desnudos, pero con una pobre desnudez. Senos fláccidos y alargados; pequeños penes ridículos; hombres obesos y mujeres escuálidas; los dedos de los pies, en el lenguaje de Cohen, están trazados con una deformación casi permanente. Los dedos de las manos, cuando los dibuja, son huesudos, casi prensiles, y terminan como tenazas. Las parejas son grotescas.

…Pero al mismo tiempo, con irónica complacencia, el artista nos describe las elegantes volutas, los arabescos que adornan los respaldos de las sillas, las graciosas columnas de una balaustrada, la perilla que remata una evocativa decoración de mimbres art-noveau. Entre frívolos adornos viven estos seres desnudos, sólo cubiertos por máscaras crueles…De la sinceridad del artista, no dudamos. Como él mismo dice: «estos seres descerebrados y de cuencas vacías han irrumpido si haber sido invitados».

El maestro Eduardo Cohen

Al leer el blog del maestro Eduardo Cohen, mi memoria recorre el tiempo al año 1995.

Lalo. como todos lo llamábamos, fue un excepcional dibujante, el más creativo, culto, productivo y con un humor único.

Hablaba de música, teoría del arte, de política, y muchos temas más, provocando un enorme despertar en nosotros, motivaba con gran provocación el interés por el conocimiento, la cultura, la información y la crítica.

Cuestionaba todo lo que pudiéramos decir y nos ponía siempre en duda………………….

Esto además de su gran talento como maestro de dibujo, nos dio una mirada amplia y creativa en el quehacer artístico.

Recuerdo con tristeza, unas semanas antes de su muerte, fui a visitarlo y me dijo:

“Vas a mi taller, recoges las tablas, las patas de gallo y das la clase de dibujo”

Estas palabras retumbaron en mi mente como una orden ……………

Yo no me sentía capaz, no entendía en lo que este hombre me estaba metiendo………….

Como pude, me armé de valor y poco a poco fui creando un programa de dibujo, que hasta el día de hoy sigue enriqueciéndose.

Estoy muy agradecida por su visión, por el legado que me heredó y el impulso que me dio.

Esto le da una enorme satisfacción y sentido a mi existencia, así como también me da la posibilidad de transmitir su enseñanza a muchos jóvenes, que hoy en día son profesionistas en las diversas áreas del diseño y la arquitectura.

Estas tablas y patas de gallo, hasta hoy en día, siguen siendo el soporte para la enseñanza del dibujo y pudiera afirmar que contienen el misterioso espíritu creativo del maestro Lalo…

Lalo cambió y amplió la mirada de todos los que lo conocimos

Mi gran admiración por el maestro y extraordinario dibujante Eduardo Cohen (QEPD)

Así como también por el gran talento que Esther y su familia tienen

Con mucho cariño y agradecimiento

Emilia Yedid

Recordando a mi padre: Eduardo Cohen

Es costumbre en mi comunidad de origen -los judíos mexicanos provenientes de Alepo- llamar al primer hijo con el nombre de su abuelo, y a la primera hija con el nombre de su abuela. Es una manera de honrar a la persona u honrar su memoria en caso de que haya fallecido.

Mi hijo nació casi 14 años después de la muerte de mi padre, Eduardo Cohen. A mi hijo lo llamamos Amitai. Pronto serán 30 años de que emigré a Israel, y el nombre Eduardo podía resultar un poco extraño en el entorno local. Amitai, también es un nombre poco común, pero nos pareció original, es un nombre con raíces bíblicas y por lo tanto puede adecuarse más fácil al entorno hebreo que nos rodea. Amitai era el padre del profeta Jonás: el primer versículo de este libro dice: “Y Dios hablo a Jonás hijo de Amitai.” Eso es todo lo que sabemos de este personaje, ni más ni menos, lo que para mí lo hace atractivo porque le otorga un cierto misterio, habiendo sido mencionado esta única vez en el texto bíblico.

Sin embargo, la razón más importante por la que me di la libertad de no llamar a mi hijo con el nombre de mi padre es que a causa de los intensos recuerdos que tengo de él, y que sorprendentemente se acrecientan conforme el tiempo pasa, encuentro infinidad de maneras de honrar su memoria más allá de su nombre. Su legado es tan vasto para mí, como entiendo que lo es para mucha gente más, que las oportunidades para rememorarlo y agradecerle lo que nos heredó, son excepcionalmente numerosas.

En muchas ocasiones cuando voy al banco, a la peluquería o alguna tienda o restaurante que están en un cruce muy transitado cerca de mi casa, me veo obligado a pasar al lado de un puesto de lotería. El vendedor me conoce desde hace muchos años. Se llama Martin y tiene cerca de sesenta años. La relación entre los dos es predominantemente unidireccional. El me da consejos y recomendaciones para la vida y yo lo escucho. El piensa que debe ayudarme a que mi vida sea mejor. Me explicaba en su momento como terminar de escribir mi doctorado, como hacer para encontrar un trabajo fijo y no ser profesor por asignatura. Se le ve un poco inquieto de que aún no he conseguido comprar un departamento. Me pregunta por la educación de mi hijo. Me muestra anuncios en los periódicos de cosas que pueden ayudarme para tener una vida más estable. Yo nunca le pregunto nada fuera de un simple cómo estas. A veces le respondo a sus inquietudes y trato de decirle lo que yo quiero o pretendo hacer y al mismo tiempo le doy la razón porque si lo contradigo levanta el dedo de manera categórica dejándome completamente desarmado. La dinámica es siempre la misma, salvo que esté ocupado con algún cliente. En esos casos, logro escabullirme y cruzar la calle saludándolo desde lejos con la mano. Admito que hay muchas ocasiones en las que no tengo ánimo de escuchar sus prédicas, y entonces hago un rodeo para evitar que se entrometa otra vez en mi vida privada. No me atrevo a pasar frente a él y no detenerme para que hable conmigo, así que muchas veces me escapo.

´           ¿Por qué soy así? Inmediatamente después de que me hago esta pregunta me brinca la respuesta. Es mi herencia paterna. Mi papá tenía su estudio en un edificio en la colonia Polanco. En la planta baja había una tintorería y el empleado una vez lo vio salir del edificio y le dijo: “he visto que sus cortinas están un poco sucias, cuando quiera, se las lavo.” Mi papá no quiso hacerlo, por lo que antes de entrar al edificio se tomaba la precaución de no toparse con el tintorero y escurrirse hasta su estudio sin que lo vea. Así lo hacía por semanas. No quería tener que rendirle cuentas cara a cara de qué es lo que quería o no quería hacer con sus cortinas. Sin embargo, un día el encuentro fue inevitable, y un poco nervioso mi papá le dijo: “¿sabe qué?… eh… es que creo que… mire, no quiero que las lave.” A lo que el tintorero respondió: “¿Qué? ¿Que no lave qué?”

Ligada a esta historia hay otra historia que contaba mi papá, en parte verdadera y en parte ficticia. Mi papá había ido a ver al otorrinolaringólogo, quien le resolvió un problema del oído y le pidió que volviera en dos semanas para revisarlo de nuevo. Después de la primera visita se sintió mejor y no vio necesidad de hacer otra cita. Pensó que era innecesario gastar dinero en un asunto que ya estaba resuelto. El problema era que el consultorio del médico estaba en la calle aledaña a donde vivíamos y mi papá temía encontrarse al doctor por casualidad y que le dijera: “¿por qué no vino a verme?”. Así que preparó la excusa de antemano: “sí me lo encuentro en la calle, le digo que acabo de llegar de viaje”, pero luego reflexionó y se dijo: “¿por qué habría de creerme?” Y entendió que por los próximos días tendría que caminar por la calle con una maleta en la mano para justificar su argumento. Pero qué tal si el médico le pedía cargar su maleta y se daba cuenta que estaba vacía. Sería un problema. Debería de prepararse para esta posibilidad. La solución era meter algunas piedras y tal vez algo de ropa para dar crédito a su excusa. Fue un poco más allá y pensó que el médico tal vez le pediría abrir la maleta para ver si no eran sólo piedras, pero consideró que esto era ya improbable.

La creatividad de mi papá iba más allá de su obra plástica. Estaba presente en sus fantasías, su humor y la manera de encarar sus dificultades y debilidades. Su creatividad estaba también en su manera de armar historias. Hace poco tiempo leí un cuento corto de Etgar Keret. El personaje -que es Keret mismo-, recibe una llamada de una oficinista del sistema de cablevisión para venderle un servicio. Keret no logra decirle que no le interesa y le explica que se acaba de caer en un hoyo y se rompió el tobillo. Cuando más tarde la mujer vuelve a insistir, se ve en la necesidad de contarle que están por amputarle la pierna, y ella le dice que le llamará más tarde. La esposa de Keret le dice: “Por qué no puedes limitarte a decir: gracias, pero no me interesa comprar, alquilar o tomar prestado lo que sea que usted venda, así que, por favor, no vuelva a llamarme en lo que le queda de vida y, si es posible, tampoco en la siguiente. Que tenga un buen día”. Creo que a mi papá le hubiese gustado esta historia.

Cada vez que me voy aproximando al cruce de la calle Ha’ari con Aza y Metudela, y alcanzo a ver el puesto de Martin, empiezo a pensar cómo armaré mi historia de hoy. En las más cotidianas experiencias es que me vuelvo a encontrar con mi papá, y trato de intercambiar algunas ideas con él sobre cómo desarrollar cada narrativa de lo que me pasa en la vida diaria. Es una manera, de tantas que hay, a través de las cuales honro su memoria en la experiencia cotidiana. Por ello me tomé la libertad de no darle su nombre a mi hijo.

Por cierto, termino de escribir estas líneas y veo frente a mí un cuadro de mi papá. Es una serigrafía de los vitrales que hizo sobre los profetas. Veo frente a mí una de sus creaciones artísticas, veo cómo la ballena se traga a Jonás, el hijo de Amitai.

Leonardo Cohen

 

 

De cómo mi papá afectó mi visión acerca del cuerpo.

Soy Sari, la hija chica de la familia. Tengo hoy en día 46 años y cuando falleció mi papá, Eduardo Cohen, tenía yo sólo 22. Mi papá era una persona muy querida por muchos y tanto para mis hermanos como para mi mamá y para mí, él siempre fue una figura adorada y admirada y su muerte nos dejó un hueco enorme.

Hoy quiero hablar de la manera en la que el arte expresionista de mi papá y específicamente su percepción de los cuerpos fue construyendo en mí una cierta visión que influyó profundamente en mi vida personal y académica.

Yo nací en 1972 y en los ochentas viví mi adolescencia. Los ochentas fueron años nefastos en cuanto a lo que se refiere a la cultura de las dietas y de la cosificación de las mujeres en los medios: Jane Fonda y sus aerobics llenaban las pantallas de televisión y cada semana una nueva dieta era promovida como la panacea para todas mujeres que no habían sido dotadas naturalmente de un cuerpo esbelto y tonificado. Yo nunca tuve el cuerpo de las Barbies y por lo tanto pasé toda mi adolescencia enfrascada en esa búsqueda por demás inútil. Desgraciadamente, todas las mujeres a mi alrededor en esa época estaban en las mismas, victimas dominadas por esos mensajes y no llegué a tener cerca ninguna voz feminista que los pudiera poner en cuestión.

Mi papá tampoco fue el portador de esa voz, por lo menos no consciente o expresamente. Pero de alguna manera, presiento que si años después me rebelé en contra de esos mensajes opresivos y me empoderé con relación a mi cuerpo, su forma y su tamaño, fue en gran parte por lo que logró impregnarse en mí de la visión artística de mi papá y su peculiar relación con los cuerpos.  Desde chica recuerdo mirar intrigada sus cuadros, con esas figuras desnudas, expresivas, cuyos cuerpos eran lo menos parecidos a los de las modelos de los anuncios o al de Jane Fonda. Eran cuerpos extraños, cuerpos que parecían vivos, no «pulidos» o «embelesados». Hasta dudaba entonces si esos cuerpos eran dignos de ser mostrados en un cuadro, de ser «arte». Esos cuerpos eran como los cuerpos de la vida misma: no los que teníamos que aspirar a ser, sino los que éramos.

Recuerdo cuando mi papá me llevaba a su estudio: en muchas ocasiones estuve ahí, participando en sus clases de arte que tan demandadas eran. Desde muy niña observaba con encanto y curiosidad – también con un poco de vergüenza – a la modelo desnuda a la cual todas intentábamos dibujar durante la clase. Era siempre vieja, siempre con un cuerpo carnoso y flácido, un cuerpo real – con pliegues, celulitis, arrugas y demás «imperfecciones». Yo le preguntaba a mi papá por qué sus modelos eran siempre así, por qué no eran jóvenes y de cuerpos «perfectos». “Estos son los cuerpos interesantes” – me respondía – “los que más material dan para dibujar”.

Así, creo que fui introyectando esa idea – a pesar de no haberme sido comunicada con palabras: Los cuerpos reales son los cuerpos interesantes, son los que vale la pena observar y los que más tienen que dar. Mi papá me transmitió mediante su arte que la sexualidad, la belleza y el asombro no son precisamente propiedad de los cuerpos sólidos, limpios, jóvenes, lisos y perfectos: El arte está en la carne, en el cuerpo exuberante, voluptuoso y sensual.

Años más tarde, ya en un tiempo posterior a su muerte, me convertiría en doctora en filosofía con una tesis sobre el cuerpo grotesco. En mi tesis propongo al cuerpo grotesco – especialmente el cuerpo del carnaval investigado por Mikhail Bakthin – como un cuerpo vivo, integrado al mundo y no separado de él; el cuerpo propio de la filosofía fenomenológica, reconocido por ésta como parte integral del sujeto y no sólo como una «máquina» al servicio de la mente – estilo Descartes. Esa tesis se publicó y en la portada del libro un dibujo de la famosa serie de «las escaleras» de mi papá proporcionó un significado concreto y personal a un estudio teórico.   

A partir de ahí, me he dedicado a la filosofía feminista con énfasis en el cuerpo y la corporeidad. En el ámbito personal, durante la última década viví en carne propia la maternidad: me embaracé, parí, amamanté a mis dos hijos y me enamoré así del cuerpo sensual y generador de vida, el cual convertí en mi tema de investigación filosófica. A la par, me liberé de la cultura de la dieta y de la cosificación femenina y me rebelé transformando mi cuerpo en un cuerpo  activo, gozoso y que deja a todos los Barbie-cuerpos atrás, rezagados.

Tristemente, mi papá no alcanzo a ver nada de esto, pero en ocasiones siento que el mejor homenaje que he podido hacerle es el de haberme convertido felizmente en uno de los personajes de sus obras. Finalmente, yo también soy (en parte) obra suya J.

Sara Cohen Shabot

Mi papá Eduardo Cohen

 

Me llamo Moisés Cohen y soy el hijo mayor de Eduardo Cohen y Esther Shabot. Tengo dos hermanos, Leo y Sari. Voy a platicarles algunos recuerdos importantes que para mí  pueden ilustrar la historia, la personalidad de mi padre y del pintor a quien amo y admiro.

Mi papá nació en 1939, era el octavo hijo de diez. Su familia era pobre y se tuvieron que mudar varias veces de casa porque no terminaban de pagar la renta.

En la escuela, cuando tenía 10 u 11 años estaba haciendo dibujos mientras el maestro estaba dando su clase. Al pasar junto a mi papá el maestro le dice a todos: “mientras nosotros estamos estudiando miren ustedes lo que hace Cohen” levantando su dibujo y mostrándolo ante toda la clase, poniéndolo en ridículo frente a sus compañeros. Esta historia marca el inicio de su trayectoria como pintor, a él le importaba más dibujar que oír a un maestro que no era empático ni capaz de ser un buen educador.

En primero de comercio, a los 13 años, mi papá se enferma de tifoidea. Se queda en su casa un par de meses y al final del año reprueba. Sale de la escuela y empieza a trabajar a esa edad como cargador en una bodega con su cuñado. A los 17 años entra a la escuela de San Carlos para aprender y dedicarse a pintar en un futuro. Ahí conoce a su amigo Jorge Saldívar, con el cual tuvo una amistad muy cercana por 38 años. Cuando tenía 15 años se une a una empresa fabricante de ropa femenina fundada por Pepe, su hermano mayor y entra también su hermano Beto, que es dos años más grande que él. Se casa a los 24 años con mi mamá y yo nazco cuando él tenía 25.

Mi papá fue un gran autodidacta. Leía muchas novelas y ensayos de sociología, de ciencias políticas, de historia, de filosofía y de psicoanálisis. Escribía muy bien, su libro publicado algunos años antes de su muerte se tituló “Hacia un arte existencial, reflexiones de un pintor expresionista”, editado por la UNAM, el cual yo disfruté mucho. Debido a su influencia yo estudié Psicología y Filosofía en la universidad de Tel Aviv y al regresar a México varias veces conversamos sobre temas relacionados con estas dos carreras.

Una parte muy importante de su vida que me incluye a mí y a Leo (mi hermano) fue su pasión por el fútbol. Cuando Leo y yo éramos niños íbamos todos los domingos al parque de Lope de Vega a jugar fútbol con mi papá, él jugaba dos veces por semana fútbol de salón y lo disfrutaba mucho. Cuando éramos adolescentes jugamos muchas veces con él en Cuernavaca. Él era el único adulto que jugaba con nosotros y era un líder de su equipo, más adelante, cuando Leo y yo fuimos adultos, hicimos un equipo con mi papá y con varios amigos para entrar a un torneo  y para mí fue una gran experiencia compartir con ambos esta pasión que siguió construyendo un vínculo cálido y cercano entre nosotros.

Mi papá se retiró de la empresa que tenía con sus hermanos a sus 34 años y, aunque pintaba desde varios años atrás, se dedicó solo a seguir pintando y a dar clases de pintura. Fue un gran pintor expresionista y un maestro muy querido y respetado por sus alumnos. Hizo una gran cantidad de exposiciones en México y en el extranjero. Curiosamente nunca le interesó mucho vender sus cuadros. Para él la pintura era una pasión que le daba sentido a su vida, sin importar si compraban sus cuadros o no.

Siempre tuvo un gran sentido del humor que compartió con mi mamá y que yo heredé, al igual que mis hermanos. Pienso que ese sentido del humor también se infiltraba en sus cuadros, el cual daba a sus personajes una apariencia llamativa y elocuente, como una vertiente del expresionismo.

A los 48 años tuvo cáncer de próstata. En aquellos tiempos era poco probable que los hombres se hicieran análisis previos y resultó que el cáncer se empezó a expandir y las metástasis provocaron que muriera a los 55 años. Yo actualmente tengo 53 y lloro seguido, acordándome de él bajo la sombra que me atemoriza, ya que en dos años voy a tener la edad en la que él murió.

Mi papá pintó aproximadamente 3 000 obras. Dibujos, pasteles, óleos y tintas. Una pequeña parte de ellos van a aparecer en su página y este proyecto realizado por mi mamá y por mí consistió en fotografiar todas sus obras, transferirlas a un programa llamado Lightroom y subirlas a internet, además de publicar su biografía, escribir blogs sobre su vida y sus obras.

Para mí este proyecto me conmueve pensando que estoy reparando una parte de su vida como artista y como padre, además me trae muchos recuerdos que me hacen derramar lágrimas de manera cotidiana. Me interesa mucho que el público conozca sus obras y lea los blogs que aparecen en su página para conocer su vida y sus emociones, que contemplen sus pinturas, que experimenten asombro y perciban su alegría y su dolor que se mezclan en su estilo expresionista. Para mí, esto que he hecho junto con mi mamá, es una especie de curación al regresarle a mi papá una pequeña porción de actos dedicados a darle brillo a su obra y a su posición de pintor, además de haber sido un padre inteligente, cariñoso, sensible y empático.

Sigo pensando que él me dio a mí mucho más de lo que yo le he dado.

 

Moisés Cohen.

EDUARDO COHEN

 

Pintor expresionista mexicano quien dejó al morir una vasta obra de cerca de cuatro mil piezas. Destacó por su virtuosismo en el dibujo al cual dominó de manera destacada. Siempre figurativo y con un dominio magistral de la representación del cuerpo humano y su realidad circundante, tomó el camino del expresionismo como su ruta predilecta para expresar lo más personal de su visión de mundo.

Con agudo sentido del humor, falta de solemnidad y gusto por la ironía, transmitió sus enseñanzas teóricas y pictóricas a docenas de alumnos para quienes se volvió referencia esencial en su formación artística.

Aun en los momentos difíciles de la enfermedad que le quitó la vida, mantuvo firme su voluntad de seguir expresándose mediante su quehacer artístico, por lo cual aceptó el reto de diseñar vitrales y murales para espacios públicos, sabedor de que esa podía ser una de sus más valiosas herencias como artista.  (México, 1939-1995)

Esther Shabot (Esposa del pintor Eduardo Cohen).