LAS LÍNEAS DE EDUARDO COHEN

                                                                    NOÉ JITRIK, 1991

Recato es una palabra que conviene a la figura -digo figura y no sólo persona- de Eduardo Cohen. O quizá más bien delicadeza. O las dos juntas. Me imagino que ambas son como calles paralelas que al mismo tiempo se cruzan y que producen, en el punto en que se tocan, un efecto de máscara, sin que eso quiera decir que haya habido un ocultamiento o un deseo de hacerlo.

Quiero decir que recato y delicadeza, cualidades que son al mismo tiempo líneas, de conducta o de sentido, constituyen el esquema central de su trazo de artista, en el cual las líneas físicas que cualquiera puede ver, poseen ese mismo carácter, son recatadas y delicadas pero no en sí, como si meramente adhirieran o pertenecieran a un estilo personal, sino que están al servicio de algo tumultuoso, anterior, que el efecto que produce su cruce intenta siempre amortiguar.

PERSPECTIVAS DE EDUARDO COHEN SOBRE SU QUEHACER ARTÍSTICO, SEGÚN SUS PROPIAS PALABRAS

 

Yo, como artista, como dibujante figurativo, trato de confeccionar con mi trabajo un mundo a todas luces falso, donde los personajes y la escenografía tienden constantemente a escapar de las reglas de la lógica y de la verdad institucional. Es decir, en mis dibujos se efectúa una especie de fuga de la realidad (o de lo que llamamos realidad). Y no es cierto que con esto pretenda alcanzar una verdad absoluta que trascienda nuestra vulgar cotidianidad.
Confieso que me basta con asistir, entre curioso y asombrado, al surgimiento lento de escenas y personajes que van asomándose imprevisiblemente hasta instalarse en la superficie del papel; seres -como yo- resignados a poblar gratuitamente, un mundo absurdo.
Eduardo Cohen, fragmento de su texto para el catálogo de la exposición «De máscaras y situaciones», Galería Misrachi, México, 1977.

Eduardo Cohen (Pintor)

Mi sentir sobre Cohen

En el universo de su lenguaje personal dentro del dibujo, Cohen fue un creador prolífico, apasionado, contundente, que adquirió y logró una soltura y una originalidad que sólo surgen de la necesidad interna de expresar al universo con un rostro distinto. Hay en sus dibujos la conmoción chagalliana orientada hacia el universo onírico y el mundo erótico. Sus sueños eran un viaje a los túneles brumosos de la noche del alma, sus dibujos poseían esa conciencia de la voluntad estética que no persigue ninguna finalidad fuera de sus propios elementos…

El arte, la vida y el pensamiento de Eduardo Cohen merecen ser conocidos, estudiados y valorados ahora que su temprana desaparición física nos separa de uno de los pocos pintores expresionistas mexicanos profundos.

Roberto Vallarino

Revista Siempre

México, 14 de septiembre, 1995

Recordando a Eduardo Cohen

Me entusiasma escribir un relato a partir de la exposición que se inauguró el 24 de marzo ¨Recordando su mirada¨ del pintor Eduardo Cohen, ¨Lalo¨, para quienes lo conocimos. Un año después de su muerte cuando Anajnu Veatem, un grupo muy importante de baile israelí rindió un homenaje a este artista excepcional. Yo tuve una cercana colaboración con él y era parte de su familia.

En 1990 Lalo vio una de mis coreografías en el Festival Aviv y me dijo, ¨ambos somos expresionistas¨. Me entusiasmó su afirmación y  me incluía en su clan. Era una clara aceptación a mi trabajo, a mi obra y me invitaba a acercarme a él, a quien yo admiraba profundamente.

Ese mismo año lo invité a colaborar en una obra que estaba realizando, una coreografía basada en la novela de Haim Potok titulada ¨Mi nombre es Asher Lev¨. El tema lo entusiasmó y realizó un desnudo expresionista, mismo que aparecía en la obra a manera de escenografía. Era un original de su puño y firma.

Después él enfermó, llegó una segunda colaboración esta vez con el Ballet Teatro del Espacio. Realicé una coreografía sobre el proceso creativo de un pintor en su estudio, las musas, las frustraciones, los destellos creativos en medio de una ola de sacudidas estéticas.

En retrospectiva pienso que estas dos obras acerca de la pintura y la creación son un reflejo de la fuerte influencia que Lalo tenía en mi persona y en mi trabajo, yo le admiraba su desprendimiento de lo material y su profunda mirada. Su obra me desafiaba, me sacudía, me invitaba a participar artísticamente y a preguntarme lo que pretendía y lo que no pretendía de mi propia creación artística. Indirectamente me invitaba a desechar lo vano, lo vacío y lo estéril.

Anajnu Veatem se impregnó de óleos y de tinta. Los bailarines entendieron que reinterpretar escénicamente la obra pictórica de un gran artista era una oportunidad de darle lugar a este hombre universal, entregándose en cuerpo y alma al proyecto.

Lalo empeoró, su enfermedad lo carcomía. Afortunadamente pudo gozar de un intenso trabajo creativo los últimos meses de su vida. Además de su obra pictórica publicó la UNAM un bello libro reflexivo y lúcido ¨Hacia un arte existencial¨ como testigo de esos últimos meses.

La obra trascendió y la logramos presentar en distintos foros. Este grito por la vida, esta intensa manera de entender la creación llegó a infinidad de públicos.

Hoy a veinticuatro años de su partida, disfrutando de esta exposición le escribí a su esposa Esther que es impresionante ver sus obras, algunas de ellas viejas conocidas me siguen sobrecogiendo en su tremenda introspección. Su obra me exprime y otros cuadros nuevos para mí me revelan una nueva partitura que agradezco con entusiasmo.

Agradezco inmensamente haber sido cómplice de Eduardo en algunos de los pasajes de su vida creativa. Colaborar con él me marcó y me encaminó.

 

                                                                                              David Attíe

 

El crítico de arte, Andrés de Luna, escribió sobre Eduardo Cohen:

«Durante los últimos meses de su vida, entre 1994 y 1995, en los momentos de calma que le permite la enfermedad, Eduardo hace del óleo una manera de recobrar sus ánimos de vivir; en Cohen la pintura es una intensidad, un arrojo que se permite. De pronto pierde la vista, luego la recupera y toma los pinceles para concretar un trabajo sin par en donde hay que robarle unos minutos más a la existencia. Vistos estos cuadros después de los hechos dolorosos que les precedieron, lo que queda es una manifestación de agitaciones, de persistencias y de dolor. Cohen se afirmaba en esa negatividad, rebeldía que lo hizo uno de los grandes artistas de este siglo mexicano y uno de los mayores dibujantes de este continente del que tanto descreía Borges.»

   Andrés de Luna, en Eduardo Cohen 1939-1995.

Los propósitos de la mirada. UNAM, México, 1997.

Con motivo de la exposición de Eduardo Cohen de la serie de máscaras y situaciones.

Extractos del texto de la crítica Alaide Foppa, aparecido en el Suplemento «La Onda» del periódico Novedades, 27 de febrero, 1977, México.

Eduardo Cohen apareció en los años setenta con algunas exposiciones en institutos culturales, la galería Misrachi y en Estados Unidos.… Acre, incisiva y caricaturesca, su pluma revela un mundo distorsionado y grotesco. Los cuerpos aparecen casi siempre desnudos, pero con una pobre desnudez. Senos fláccidos y alargados; pequeños penes ridículos; hombres obesos y mujeres escuálidas; los dedos de los pies, en el lenguaje de Cohen, están trazados con una deformación casi permanente. Los dedos de las manos, cuando los dibuja, son huesudos, casi prensiles, y terminan como tenazas. Las parejas son grotescas.

…Pero al mismo tiempo, con irónica complacencia, el artista nos describe las elegantes volutas, los arabescos que adornan los respaldos de las sillas, las graciosas columnas de una balaustrada, la perilla que remata una evocativa decoración de mimbres art-noveau. Entre frívolos adornos viven estos seres desnudos, sólo cubiertos por máscaras crueles…De la sinceridad del artista, no dudamos. Como él mismo dice: «estos seres descerebrados y de cuencas vacías han irrumpido si haber sido invitados».

El maestro Eduardo Cohen

Al leer el blog del maestro Eduardo Cohen, mi memoria recorre el tiempo al año 1995.

Lalo. como todos lo llamábamos, fue un excepcional dibujante, el más creativo, culto, productivo y con un humor único.

Hablaba de música, teoría del arte, de política, y muchos temas más, provocando un enorme despertar en nosotros, motivaba con gran provocación el interés por el conocimiento, la cultura, la información y la crítica.

Cuestionaba todo lo que pudiéramos decir y nos ponía siempre en duda………………….

Esto además de su gran talento como maestro de dibujo, nos dio una mirada amplia y creativa en el quehacer artístico.

Recuerdo con tristeza, unas semanas antes de su muerte, fui a visitarlo y me dijo:

“Vas a mi taller, recoges las tablas, las patas de gallo y das la clase de dibujo”

Estas palabras retumbaron en mi mente como una orden ……………

Yo no me sentía capaz, no entendía en lo que este hombre me estaba metiendo………….

Como pude, me armé de valor y poco a poco fui creando un programa de dibujo, que hasta el día de hoy sigue enriqueciéndose.

Estoy muy agradecida por su visión, por el legado que me heredó y el impulso que me dio.

Esto le da una enorme satisfacción y sentido a mi existencia, así como también me da la posibilidad de transmitir su enseñanza a muchos jóvenes, que hoy en día son profesionistas en las diversas áreas del diseño y la arquitectura.

Estas tablas y patas de gallo, hasta hoy en día, siguen siendo el soporte para la enseñanza del dibujo y pudiera afirmar que contienen el misterioso espíritu creativo del maestro Lalo…

Lalo cambió y amplió la mirada de todos los que lo conocimos

Mi gran admiración por el maestro y extraordinario dibujante Eduardo Cohen (QEPD)

Así como también por el gran talento que Esther y su familia tienen

Con mucho cariño y agradecimiento

Emilia Yedid

Recordando a mi padre: Eduardo Cohen

Es costumbre en mi comunidad de origen -los judíos mexicanos provenientes de Alepo- llamar al primer hijo con el nombre de su abuelo, y a la primera hija con el nombre de su abuela. Es una manera de honrar a la persona u honrar su memoria en caso de que haya fallecido.

Mi hijo nació casi 14 años después de la muerte de mi padre, Eduardo Cohen. A mi hijo lo llamamos Amitai. Pronto serán 30 años de que emigré a Israel, y el nombre Eduardo podía resultar un poco extraño en el entorno local. Amitai, también es un nombre poco común, pero nos pareció original, es un nombre con raíces bíblicas y por lo tanto puede adecuarse más fácil al entorno hebreo que nos rodea. Amitai era el padre del profeta Jonás: el primer versículo de este libro dice: “Y Dios hablo a Jonás hijo de Amitai.” Eso es todo lo que sabemos de este personaje, ni más ni menos, lo que para mí lo hace atractivo porque le otorga un cierto misterio, habiendo sido mencionado esta única vez en el texto bíblico.

Sin embargo, la razón más importante por la que me di la libertad de no llamar a mi hijo con el nombre de mi padre es que a causa de los intensos recuerdos que tengo de él, y que sorprendentemente se acrecientan conforme el tiempo pasa, encuentro infinidad de maneras de honrar su memoria más allá de su nombre. Su legado es tan vasto para mí, como entiendo que lo es para mucha gente más, que las oportunidades para rememorarlo y agradecerle lo que nos heredó, son excepcionalmente numerosas.

En muchas ocasiones cuando voy al banco, a la peluquería o alguna tienda o restaurante que están en un cruce muy transitado cerca de mi casa, me veo obligado a pasar al lado de un puesto de lotería. El vendedor me conoce desde hace muchos años. Se llama Martin y tiene cerca de sesenta años. La relación entre los dos es predominantemente unidireccional. El me da consejos y recomendaciones para la vida y yo lo escucho. El piensa que debe ayudarme a que mi vida sea mejor. Me explicaba en su momento como terminar de escribir mi doctorado, como hacer para encontrar un trabajo fijo y no ser profesor por asignatura. Se le ve un poco inquieto de que aún no he conseguido comprar un departamento. Me pregunta por la educación de mi hijo. Me muestra anuncios en los periódicos de cosas que pueden ayudarme para tener una vida más estable. Yo nunca le pregunto nada fuera de un simple cómo estas. A veces le respondo a sus inquietudes y trato de decirle lo que yo quiero o pretendo hacer y al mismo tiempo le doy la razón porque si lo contradigo levanta el dedo de manera categórica dejándome completamente desarmado. La dinámica es siempre la misma, salvo que esté ocupado con algún cliente. En esos casos, logro escabullirme y cruzar la calle saludándolo desde lejos con la mano. Admito que hay muchas ocasiones en las que no tengo ánimo de escuchar sus prédicas, y entonces hago un rodeo para evitar que se entrometa otra vez en mi vida privada. No me atrevo a pasar frente a él y no detenerme para que hable conmigo, así que muchas veces me escapo.

´           ¿Por qué soy así? Inmediatamente después de que me hago esta pregunta me brinca la respuesta. Es mi herencia paterna. Mi papá tenía su estudio en un edificio en la colonia Polanco. En la planta baja había una tintorería y el empleado una vez lo vio salir del edificio y le dijo: “he visto que sus cortinas están un poco sucias, cuando quiera, se las lavo.” Mi papá no quiso hacerlo, por lo que antes de entrar al edificio se tomaba la precaución de no toparse con el tintorero y escurrirse hasta su estudio sin que lo vea. Así lo hacía por semanas. No quería tener que rendirle cuentas cara a cara de qué es lo que quería o no quería hacer con sus cortinas. Sin embargo, un día el encuentro fue inevitable, y un poco nervioso mi papá le dijo: “¿sabe qué?… eh… es que creo que… mire, no quiero que las lave.” A lo que el tintorero respondió: “¿Qué? ¿Que no lave qué?”

Ligada a esta historia hay otra historia que contaba mi papá, en parte verdadera y en parte ficticia. Mi papá había ido a ver al otorrinolaringólogo, quien le resolvió un problema del oído y le pidió que volviera en dos semanas para revisarlo de nuevo. Después de la primera visita se sintió mejor y no vio necesidad de hacer otra cita. Pensó que era innecesario gastar dinero en un asunto que ya estaba resuelto. El problema era que el consultorio del médico estaba en la calle aledaña a donde vivíamos y mi papá temía encontrarse al doctor por casualidad y que le dijera: “¿por qué no vino a verme?”. Así que preparó la excusa de antemano: “sí me lo encuentro en la calle, le digo que acabo de llegar de viaje”, pero luego reflexionó y se dijo: “¿por qué habría de creerme?” Y entendió que por los próximos días tendría que caminar por la calle con una maleta en la mano para justificar su argumento. Pero qué tal si el médico le pedía cargar su maleta y se daba cuenta que estaba vacía. Sería un problema. Debería de prepararse para esta posibilidad. La solución era meter algunas piedras y tal vez algo de ropa para dar crédito a su excusa. Fue un poco más allá y pensó que el médico tal vez le pediría abrir la maleta para ver si no eran sólo piedras, pero consideró que esto era ya improbable.

La creatividad de mi papá iba más allá de su obra plástica. Estaba presente en sus fantasías, su humor y la manera de encarar sus dificultades y debilidades. Su creatividad estaba también en su manera de armar historias. Hace poco tiempo leí un cuento corto de Etgar Keret. El personaje -que es Keret mismo-, recibe una llamada de una oficinista del sistema de cablevisión para venderle un servicio. Keret no logra decirle que no le interesa y le explica que se acaba de caer en un hoyo y se rompió el tobillo. Cuando más tarde la mujer vuelve a insistir, se ve en la necesidad de contarle que están por amputarle la pierna, y ella le dice que le llamará más tarde. La esposa de Keret le dice: “Por qué no puedes limitarte a decir: gracias, pero no me interesa comprar, alquilar o tomar prestado lo que sea que usted venda, así que, por favor, no vuelva a llamarme en lo que le queda de vida y, si es posible, tampoco en la siguiente. Que tenga un buen día”. Creo que a mi papá le hubiese gustado esta historia.

Cada vez que me voy aproximando al cruce de la calle Ha’ari con Aza y Metudela, y alcanzo a ver el puesto de Martin, empiezo a pensar cómo armaré mi historia de hoy. En las más cotidianas experiencias es que me vuelvo a encontrar con mi papá, y trato de intercambiar algunas ideas con él sobre cómo desarrollar cada narrativa de lo que me pasa en la vida diaria. Es una manera, de tantas que hay, a través de las cuales honro su memoria en la experiencia cotidiana. Por ello me tomé la libertad de no darle su nombre a mi hijo.

Por cierto, termino de escribir estas líneas y veo frente a mí un cuadro de mi papá. Es una serigrafía de los vitrales que hizo sobre los profetas. Veo frente a mí una de sus creaciones artísticas, veo cómo la ballena se traga a Jonás, el hijo de Amitai.

Leonardo Cohen

 

 

De cómo mi papá afectó mi visión acerca del cuerpo.

Soy Sari, la hija chica de la familia. Tengo hoy en día 46 años y cuando falleció mi papá, Eduardo Cohen, tenía yo sólo 22. Mi papá era una persona muy querida por muchos y tanto para mis hermanos como para mi mamá y para mí, él siempre fue una figura adorada y admirada y su muerte nos dejó un hueco enorme.

Hoy quiero hablar de la manera en la que el arte expresionista de mi papá y específicamente su percepción de los cuerpos fue construyendo en mí una cierta visión que influyó profundamente en mi vida personal y académica.

Yo nací en 1972 y en los ochentas viví mi adolescencia. Los ochentas fueron años nefastos en cuanto a lo que se refiere a la cultura de las dietas y de la cosificación de las mujeres en los medios: Jane Fonda y sus aerobics llenaban las pantallas de televisión y cada semana una nueva dieta era promovida como la panacea para todas mujeres que no habían sido dotadas naturalmente de un cuerpo esbelto y tonificado. Yo nunca tuve el cuerpo de las Barbies y por lo tanto pasé toda mi adolescencia enfrascada en esa búsqueda por demás inútil. Desgraciadamente, todas las mujeres a mi alrededor en esa época estaban en las mismas, victimas dominadas por esos mensajes y no llegué a tener cerca ninguna voz feminista que los pudiera poner en cuestión.

Mi papá tampoco fue el portador de esa voz, por lo menos no consciente o expresamente. Pero de alguna manera, presiento que si años después me rebelé en contra de esos mensajes opresivos y me empoderé con relación a mi cuerpo, su forma y su tamaño, fue en gran parte por lo que logró impregnarse en mí de la visión artística de mi papá y su peculiar relación con los cuerpos.  Desde chica recuerdo mirar intrigada sus cuadros, con esas figuras desnudas, expresivas, cuyos cuerpos eran lo menos parecidos a los de las modelos de los anuncios o al de Jane Fonda. Eran cuerpos extraños, cuerpos que parecían vivos, no «pulidos» o «embelesados». Hasta dudaba entonces si esos cuerpos eran dignos de ser mostrados en un cuadro, de ser «arte». Esos cuerpos eran como los cuerpos de la vida misma: no los que teníamos que aspirar a ser, sino los que éramos.

Recuerdo cuando mi papá me llevaba a su estudio: en muchas ocasiones estuve ahí, participando en sus clases de arte que tan demandadas eran. Desde muy niña observaba con encanto y curiosidad – también con un poco de vergüenza – a la modelo desnuda a la cual todas intentábamos dibujar durante la clase. Era siempre vieja, siempre con un cuerpo carnoso y flácido, un cuerpo real – con pliegues, celulitis, arrugas y demás «imperfecciones». Yo le preguntaba a mi papá por qué sus modelos eran siempre así, por qué no eran jóvenes y de cuerpos «perfectos». “Estos son los cuerpos interesantes” – me respondía – “los que más material dan para dibujar”.

Así, creo que fui introyectando esa idea – a pesar de no haberme sido comunicada con palabras: Los cuerpos reales son los cuerpos interesantes, son los que vale la pena observar y los que más tienen que dar. Mi papá me transmitió mediante su arte que la sexualidad, la belleza y el asombro no son precisamente propiedad de los cuerpos sólidos, limpios, jóvenes, lisos y perfectos: El arte está en la carne, en el cuerpo exuberante, voluptuoso y sensual.

Años más tarde, ya en un tiempo posterior a su muerte, me convertiría en doctora en filosofía con una tesis sobre el cuerpo grotesco. En mi tesis propongo al cuerpo grotesco – especialmente el cuerpo del carnaval investigado por Mikhail Bakthin – como un cuerpo vivo, integrado al mundo y no separado de él; el cuerpo propio de la filosofía fenomenológica, reconocido por ésta como parte integral del sujeto y no sólo como una «máquina» al servicio de la mente – estilo Descartes. Esa tesis se publicó y en la portada del libro un dibujo de la famosa serie de «las escaleras» de mi papá proporcionó un significado concreto y personal a un estudio teórico.   

A partir de ahí, me he dedicado a la filosofía feminista con énfasis en el cuerpo y la corporeidad. En el ámbito personal, durante la última década viví en carne propia la maternidad: me embaracé, parí, amamanté a mis dos hijos y me enamoré así del cuerpo sensual y generador de vida, el cual convertí en mi tema de investigación filosófica. A la par, me liberé de la cultura de la dieta y de la cosificación femenina y me rebelé transformando mi cuerpo en un cuerpo  activo, gozoso y que deja a todos los Barbie-cuerpos atrás, rezagados.

Tristemente, mi papá no alcanzo a ver nada de esto, pero en ocasiones siento que el mejor homenaje que he podido hacerle es el de haberme convertido felizmente en uno de los personajes de sus obras. Finalmente, yo también soy (en parte) obra suya J.

Sara Cohen Shabot