En las figuras de Cohen también está el reposo del café o la comida que se engulle con voracidad insospechada. Los sentidos están prestos a entrar en acción sin temores de ninguna índole. Cohen les suelta las amarras aunque los tenga en cautiverio, porque bien sabe el artista que el Paraíso y la Caja de Pandora tienen un domicilio común. Nadie huye porque todos son espectadores asombrados ante la capacidad de Cohen por darles existencia y placeres dentro de una economía de recursos estéticos. A algunos les eliminó la carga de las sombras, a otros los dejó instalados en la lujuria y, a unos más, en la vejez del tiempo acumulado. ¿Qué queda entonces? Observar y extraer los detalles de una iconografía destilada a lo largo de muchos años de dibujo e imaginación. Ese es el logro de Cohen.