El arte de Eduardo Cohen estuvo siempre influido por el expresionismo. Como tal, se encargó más de expresar sensaciones y sentimientos que de plasmar ideas o conceptos. Su arte por tanto siempre fue una llamada a las emociones – tanto al placer como al disgusto, a la felicidad y a la tristeza. Esa llamada a las emociones, a la reacción visceral frente al cuadro (más que a la intelectual), empero, fue siempre hecha (fuera de en épocas muy tempranas) no mediante el dibujo de paisajes, naturaleza u objetos inertes, sino siempre desde la proyección de cuerpos, de sujetos corpóreos y carnales.
En este aspecto me parece que Cohen fue un fenomenólogo, alguien que entendió que nuestra presencia en el mundo – nuestra existencia y nuestra relación con los objetos en el mundo – no pueden comprenderse sino desde un cuerpo, desde un cuerpo particular y único. El filósofo francés Maurice Merleau-Ponty (uno de los fenomenólogos más importantes e influyentes) sostuvo que nuestro cuerpo nunca es un objeto, sino nuestro modo de expresión en el mundo. Los objetos existen alejados de nosotros, esto es, nosotros apreciamos a los objetos siempre desde una cierta distancia, desde una perspectiva. Nuestro cuerpo, por el contrario, es inseparable de nosotros. Nuestro yo es un yo-corpóreo, de manera que nunca podemos separarnos de él. El cuerpo por tanto no es un objeto como otros, ya que siempre permanece con nosotros, ya que nunca podemos apreciarlo ‘objetivamente’, es decir desde la distancia. Es por esta razón, argumentaba Merleau-Ponty, que es imposible pensarnos como incorpóreos y que el yo independiente al cuerpo al que pertenece es solo una ilusión y una falacia. La separación cuerpo/yo es en realidad inconcebible. Somos íntimamente cuerpos.
Volviendo a Cohen: Una de las principales lecciones que obtuve y continúo obteniendo de mi papá, es que el arte y la creación se hacen desde el cuerpo y para el cuerpo. Este cuerpo siempre es ‘imperfecto’: es un cuerpo que expresa nuestras carencias, nuestros límites – el cuerpo siempre tiene límites y faltas. Los cuerpos decaen, enferman, se arrugan, se hacen flácidos, crecen y se reducen. Por otra parte, el cuerpo es también goce, fertilidad y disfrute. Desde este cuerpo pintó Cohen, tanto desde su cuerpo joven y poderoso como desde el enfermo y limitado, siempre ofreciéndonos una perspectiva rica y variada del cuerpo pintando cuerpos. Así fueron también siempre los cuerpos que el pintó, imperfectos – a la vez gozosos y enfermos, bellos y decadentes.
Cohen pintó como un fenomenólogo, como Merleau-Ponty, entendió profundamente al cuerpo como nuestro medio de expresión en el mundo – no como objeto. Pintó cuerpos expresivos desde su yo corpóreo, abrazando a éste tanto en la salud como en la enfermedad, en la potencia como en la decadencia.