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Humor teñido

Eduardo Cohen tenía un sentido del humor teñido siempre de crítica mordaz e ironía.

Por ejemplo, sabía de las envidias entre colegas de un mismo oficio incluida la creación artística, por lo que no perdía la oportunidad de hacer evidente ese sentimiento.

Fue así como en un catálogo de una de sus exposiciones donde él mismo escribió el texto que lo acompañaba, una de sus frases fue: “No me interesa tanto triunfar como artista, como ver a los otros fracasar”.

Una buena carcajada del quien leía esto, era su gran satisfacción.


Esther Shabot, viuda de Eduardo.

Tinta 22

Artista

Yo, como artista, como dibujante figurativo, trato de confeccionar con mi
trabajo un mundo a todas luces falso, donde los personajes y la escenografía tienden constantemente a escapar de las reglas de la lógica y de la verdad institucional. Es decir, en mis dibujos se efectúa una especie de fuga de la realidad (o de lo que llamamos realidad). Y no es cierto que con esto pretenda alcanzar una verdad absoluta que trascienda nuestra vulgar cotidianidad. Confieso que me basta con asistir, entre curioso y asombrado, al surgimiento lento de escenas y personajes que van asomándose imprevisiblemente hasta instalarse en la superficie del papel; seres -como yo- resignados a poblar gratuitamente un mundo absurdo.
Eduardo Cohen, texto no publicado y sin fecha, encontrado en su archivo personal.

Blog Eduardo cOHEN

LA IRRACIONALIDAD DE ARTE

La «irracionalidad» del arte es como la del sueño: una racionalidad sui
generis. Tanto el sueño como el arte operan con múltiples niveles de
significación porque no nacen de determinaciones sociales puras, sino que
interviene en ellos un sujeto siempre singular en su biografía a pesar de
insertarse en una cultura homogeneizada por poderosos medios de
comunicación. Esta unicidad de cada sujeto deriva tanto de factores
genéticos como existenciales irrepetibles. Lo que hace que el arte sea algo
más que un producto de las circunstancias sociales y la cultura circundante
es el componente de la obra no programado deliberadamente, sino producto
de esa unicidad, consciente e inconsciente, del sujeto creador.
Eduardo Cohen, charlas con alumnos, 1992.

Reflexiones de un pintor

Todo cambio sustancial en la historia del arte provoca un cambio en la
sensibilidad social. No es necesario que la gente común, que nunca va a
una galería o a un museo, conozca la obra de Picasso para ser afectada por
ésta. La imaginación plástica e iconográfica de Picasso ha penetrado, a
estas alturas, en el código visual de la cultura popular. La televisión, el
cine, los afiches, los comics y las ilustraciones de todo tipo se encuentran
contaminados por la lección revolucionaria de Picasso. Y sin tener
conciencia de este fenómeno, el gran público ha asimilado nuevas
capacidades de descodificación de imágenes sintácticamente complejas.
Eduardo Cohen. Hacia un arte existencial. Reflexiones de un pintor
expresionista, p. 135. Editorial UNAM, 1993, México.

Reflexiones de un pintor

A pesar de que nos vamos formando a partir de lo que hacemos, nuestras
potencialidades nunca se encuentran realizadas del todo. Saber esto es
importante, no para justificar la eventual pobreza de nuestros logros, sino
porque es conveniente no identificar lo que hemos podido hacer hasta el día
de hoy con lo que podríamos hacer mañana. Es decir, aparte de la suma de
nuestros actos realizados, hay aún una reserva de actos posibles. Y debe ser
esta conciencia de que lo manifestado hasta ahora, si bien define lo que
somos, no agota fatalmente lo que podemos ser. Esta conciencia impide
resignarnos a lo dado, al tiempo que nos estimula a «recrear» nuestra
identidad cotidianamente.
Eduardo Cohen. Hacia un arte existencial. Reflexiones de un pintor
expresionista. p. 26. Universidad Nacional Autónoma de México, México,
1993.

Los propósitos de la mirada

Lo interesante en Eduardo Cohen es que llega a la risa por medio de la
ironía; él detesta la broma superficial, la bobería televisiva o
cinematográfica; lo que él integra a sus creaciones es la modernidad de esa
altísima forma de conciencia que es la actitud irónica.
Eduardo Cohen fue un ironista finísimo, con su lápiz o sus plumillas era
capaz de sumergirse en la tontería mundana y sacar, como lo hacen los
buzos, los restos del naufragio. Sus personajes están instalados en el
descrédito del humor, en la risa sardónica que nos devuelve una realidad
cruel. Cohen lejos de refocilarse con la vacuidad del mundo, se muestra
dolido por ella. Lo que hace es mostrarla para que la combatamos, para que
sepamos que existe…

Andrés de Luna. Los propósitos de la mirada. UNAM, p. 26, 1997.

LA REALIDAD- UN CONSTRUCTO

En situaciones no catastróficas y de calma relativa, la realidad es un
constructo discursivo; esto quiere decir que los datos «objetivos» que
proporciona la realidad pueden ser seleccionados y acomodados de infinitas
formas subjetivas. Se puede, por ejemplo, hacer el diagnóstico pesimista de
una sociedad a partir de la nota roja de los periódicos, o un diagnóstico
optimista a partir de la sección de sociales. También se puede deducir la
realidad social de la programación de los canales televisivos, de los
noticieros oficiales, de las declaraciones de los políticos o de las cifras de
los economistas. Algunos podrán sacar conclusiones acerca del tipo de
sociedad en que viven en respuesta a haber sido injustamente agredidos por
un gendarme o, simplemente, por un estado de mal humor.


Si la «realidad» existe, ciertamente no es posible captarla como un todo. Al
común de la gente no le queda más remedio que construirse una realidad a
la medida de sus experiencias (y neurosis) particulares. A un paranoico no
le costará ningún esfuerzo fundamentar sus temores: la realidad da para eso
y mucho más; pero también es cierto que es aún posible para muchos,
aunque no para todos, censurar en sus conciencias las monstruosidades
cotidianas…siempre y cuando sucedan en la piel de los otros.


Eduardo Cohen. Hacia un arte existencial. Reflexiones de un pintor
expresionista, p.126. UNAM, México, 1993.

Introducción al libro Eduardo Cohen.

En los últimos meses de su vida, entre 1994-95, en los momentos de calma que le permite la enfermedad, Eduardo Cohen hace del óleo una manera de recobrar sus ánimos de vivir; en Cohen la pintura es una intensidad, un arrojo que se permite. De pronto pierde la vista, luego la recupera y toma los pinceles para concretar un trabajo sin par en donde hay que robarle unos minutos más a la existencia. Vistos esos cuadros después de los hechos dolorosos que les sucedieron, lo que queda es una manifestación de agitaciones, de persistencias y de dolor. Cohen se afirmaba en esa negatividad, esa rebeldía que lo hicieron uno de los grandes artistas de este siglo XX mexicano y uno de los mayores dibujantes de este continente del que tanto descreía Borges.

Andrés de Luna. Introducción al libro Eduardo Cohen. Los propósitos de la mirada 1939-1995, p.56, UNAM, México, 1997.

El silencio del sabio y el silencio del ignorante «

En ciertos momentos, el silencio del sabio y el silencio del ignorante «suenan» igual y suelen confundirse, pero tienen significados muy distintos. La renuncia del sabio a evidenciar su saber en cada frase que enuncia se asemeja a la del buen pintor que selecciona entre sus recursos sólo aquellos que requiere para decir los más directamente posible lo que tiene que decir en ese momento. Por su parte, tanto el ignorante como el pintor sin recursos que intentan impresionar y que no tienen a qué renunciar, hacen la comedia del renunciamiento. Sin embargo, para un ojo educado, esas trampas no pasan inadvertidas y hasta en un simple garabato es posible distinguir si lo que hay detrás es alguien sensible y conocedor del oficio o lo contrario.

Eduardo Cohen. Hacia un arte existencial. Reflexiones de un pintor expresionista. p. 57. UNAM, México, 1993.